Tuesday, February 14, 2006

México civil

No son leyes de hoy ni de ayer
sino que viven en todos los tiempos
y nadie sabe cuándo aparecieron.


Sófocles, Antígona




Le educación sobre todo tiene que ver con el respeto al otro. Tomar en cuenta a los demás, saber escucharlos, reconocer que mi derecho termina donde empieza el suyo, significa empezar a habitar un mundo civilizado. Fue ésa la primera intuición de quienes deseaban controlar a la bestia del “estado de naturaleza”. Vámonos a ponernos de acuerdo. Ya no nos matemos. Mucho menos por una idea religiosa o política. Frente a la muerte propia ya veremos que, cada quien en su fantasía, estaba de algún modo personal equivocado.
Sin embargo, pasan los siglos y parece que el reloj marcha hacia atrás. El siglo XXI promete ser más sangriento que el XX. Otra vez como en la noche de San Bartolomé: te mato porque no piensas como yo.
Nadie supondría, a estas honduras de la historia, que los derechos civiles no han hecho casa ya en nuestro mundo interior y en nuestras relaciones con los demás. Se da por sentado que nos comportamos un poco mejor que los chimpancés. Pero constantemente nos faltamos al respeto. Tan poco está interiorizada en nosotros la diferencia entre propiedad privada y propiedad pública que asumimos sin chistar que el espacio sobre la banqueta que está frente a nuestra casa es nuestro, como si la vía pública no fuera pública. Hay quien pinta de amarillo rectángulos de exclusividad frente su casa, a los lados de la entrada, como si fuera dueño de la calle. Y, claro, no va uno a ponerse a dar clases de derecho romano a los vecinos. Con tal de llevar la fiesta en paz.
Pero esta cotidianidad de la invasión de los espacios ajenos no habla sino de nuestra incomprensión de la ley. Juan Rulfo retrató muy bien esta circunstancia del México incivil, bronco, intolerante, porque su personaje Pedro Páramo encarna la ausencia de una ley interiorizada.
Si el concepto de derechos humanos es muy amplio, el de derechos civiles es más concreto. Martin Luther King —antes de llegar a la edad fatal: los 39 años, la edad en la que mueren Sandino, Zapata, Malcolm X y el Che Guevara— movilizó a toda una sociedad para que se llevara a la práctica lo que estaba en la Constitución: la igualdad de oportunidades, el derecho a la educación independientemente de la raza o el credo político o religioso. Los afroamericanos pegaron de gritos y se liaron a macanazos con los policías de Alabama. No se dejaron. Y su historia cambió.
¿De que manera vivimos la ley? Adriana Menassé, en su conocido ensayo sobre Rulfo, dice que es posible que estas leyes morales sean en sus orígenes leyes tribales que forjan un sentido de identidad tribal: leyes de respeto y reconocimiento.
“Las leyes no escritas de los dioses, a las que se refiere Antígona, son esas nociones oscuras, huidizas, imprecisables, que sin embargo transmiten el sentido básico de respeto, valor e inocencia que le confieren al mundo su alegría.”
¿Por qué surge ahora un movimiento civil como el de La Ronda Ciudadana? Porque todavía nuestra participación social es muy pobre. Y también nuestra asunción individual como seres que tenemos derecho a la libertad de conciencia, de expresión, de asociación. Porque nos hemos adormecido y hemos obliterado nuestro derecho a la intimidad, porque nos hemos atenido a que los partidos políticos —que siempre están llevando dinero de la nación y agua a su molino— velen por la igualdad de derechos y ante la ley.
Los derechos civiles, dicho sea sin comillas, definen lo que todos tenemos en común, más allá de nuestras diferencias. Forman parte de una sociedad justa que reconoce la igual dignidad y autonomía de todas las personas. Los derechos civiles suponen el derecho a creer, juzgar y pensar por cuenta propia, el derecho a expresarse y a escuchar a los otros; defienden el derecho a decidir en libertad acerca de la propia vida.
Ronda Ciudadana: “Queremos que cada quien pueda hacerse cargo de su vida, en libertad. Que nadie pueda imponer sus creencias ni impedir el acceso a la información. Que nadie sea discriminado por motivos de sexo, origen étnico, pertenencia religiosa, orientación sexual. Que una misma ley nos proteja a todos. Que nadie sea obligado a vivir su vida íntima, a organizar su familia o sus sentimientos según los criterios morales de otros. Queremos que las decisiones que en conciencia, corresponden a cada persona, puedan ser tomadas con libertad y sin miedo.”
Los italianos hablan de una “Italia civile”. ¿Cómo se traduciría esa expresión política? Parece aludir a la parte civilizada y participativa de la sociedad, la que no se atiene a los políticos, a los presidentes que por muy bien electos que hayan sido a los tres años se les empieza a salir el chango.
No ha sido suficiente la protesta civil, la capacidad de organizarse —a través de faxes, correos electrónicos, conferencias, cenas, mesas redondas, manifestaciones públicas— para exigir a las autoridades que cumplan más allá de la pachanga de las elecciones y los negocios con sus amigos.
Los derechos civiles se han vuelto demasiado urgentes y necesarios como para seguir dejándolos en manos de los partidos políticos y sus usufructuarios.
Tiene que retoñar el México civil.

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