Monday, February 06, 2006

En tercera base

Por alguna razón el secretario del Trabajo, Carlos María Abascal, sintió necesario advertirles a los estudiantes de la Universidad Panamericana, en una conferencia pronunciada el 20 de agosto pasado, que "no es indebido tener dinero". Dirigiéndose a los universitarios "hijos de empresarios, con posición económica desahogada, todos con la bendición de la vida de haber legado a este nivel de oportunidades", según el recuento de la reportera de La Jornada Elizabeth Velasco, hizo una crítica de a visión individualista, materialista y pragmática de los enunciados del liberalismo decimonónico. "Qué bueno que hay ricos con dinero bien habido, pero que ese dinero sea invertido en empleo bien remunerado, en capacitación, en desarrollo tecnológico."
El tema sigue tan vigente como en los antiguos tiempos en que la humanidad fue pasando del estado de naturaleza a una organización social y política que, por muy civilatorios que sean sus propósitos, difícilmente ha podido trascender las diferencias de clase y la injusticia social. Si alguna animadversión causó en las buenas conciencias del capitalismo la reflexión de Carlos Marx sobre el trabajo y el capital fue porque venía a decir, en pocas palabras, que no podía ser justo que unos tuvieran más que otros, que unos acumularan en exceso —alimentación, vivienda, educación, salud— lo que a otros les faltaba. De hecho, esa circunstancia, solía ser la principal motivación de los militantes políticos. Por eso, y para resolver el problema en la medida de lo posible, muchos personajes de vocación política se proponían llegar al poder.
El mundo sigue igual y tal vez peor. Después de desvenecerse la esperanza socialista y de confirmarse el triunfo del capitalismo, lejos de disminuir el hambre y la pobreza siguen agravándose. Y en la fantasía de todos los mortales se reavivan la fascinación, la envidia, el coraje, por los más afortunados.
Una de las obsesiones del escritor norteamericano Fracis Scott Fitzgerald fueron los ricos. Le atraían y le repelían. "Son diferentes a nosotros", le dijo una vez a Hemingway en un mingitorio de París. En un cuento, "El muchacho rico", y por lo menos en dos novelas, El gran Gatby y Hermosos y malditos, se regodeó en esa temática que parecía ser su fijación más cara.
En los últimos años, pero nunca como en los últimos meses, el periodismo mexicano (en libros, revistas y periódicos) se ha puesto a reflexionar sobre los ricos. Ya lo venía haciendo, por lo menos cada año: cada vez que la revista Forbes publica la lista de los personajes más ricos del mundo y de México y vuelven a aparecer los consabidos nombres de Carlos Slim (11.5 mil millones de dólares), Jerónimo Arango (3.7 mil), Roberto Hernández (1.8 mil), Alfredo Harp Helú (1.6 mil), Emilio Azcárraga, Lorenzo Zambrano, Eugenio Garza Lagüera, Ricardo Salinas Pliego, y algunos otros.
Aparte del libro de fotografías de Daniela Rosell, Ricas y famosas, en el que ridiculiza a las señoras y las muchachas descendientes de empresarios y políticos multimillonarios, casi todas con el pelo pintado de rubio, los lectores han podido enterarse de cómo son y cómo viven los hijos de los presidentes mexicanos (los hijos de Zedillo, Salinas, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Fox), cómo viven, cómo se divierten, dónde y qué estudian, cómo se parrandean, en qué negocios andan, cuáles son sus gustos, en el reportaje de María Scherer Ibarra que apareció en la revista Proceso del 24 de noviembre. También han proliferado las copias de la revista española Hola que cada mes aumentan sus ventas: Actual, Quién, y ya se anuncia la competencia de Caras, de Emilio Azcárraga, que será dirigida nada menos que por doña Viviana Corcuera.
La misma fascinación por los ricos mexicanos es objeto de análisis (y de escarnio) en Los de arriba, el libro de Guadalupe Loaeza, que se va por décadas y compara a los ricos de Monterrey con los de Guadalajara, a los mexicanos en general con los estadounidenses. Dice ante todo que los pobres ricos mexicanos se la pasan muertos de miedo y que aspiran a vivir fuera del país porque los podrían secuestrar, pero que al mismo tiempo se la pasan bomba. Tienen carros que cuestan lo que una casa de clase media. Se levantan hasta que ya no tienen sueño. Y lo que les falta es tiempo para gastar su fortuna. No se la acaban.
Otro libro, mucho más particularizado, es el que escribió Juan Martínez sobre Carlos Slim. Intermediario, comerciante más que industrial productivo, Carlos Slim resulta uno de los personajes más interesantes del México contemporáneo. Desde hace muchos años ayuda con fianzas a los presos pobres y con la más estricta discreción suele hacer generosas donaciones. Siempre ha sido muy pulcro en sus negocios. No tiene cola que le pisen. Ni siquiera Rafael Rodríguez Castañeda, en su investigación periodística obre la compraventa de Teléfonos de México, pudo encontrarle algo ilegal. Tanto el libro de Martínez como todos los amigos de Slim, entre los que se cuentan no pocos intelectuales o políticos como Felipe González, que lo ilustran y lo enriquecen con sus conversaciones, dicen que es un santo. Siempre dentro de la más escrupulosa legalidad, el dueño de Sanborns, MixUp, El Globo, Sears, y de los cigarros Marlboro en México, no da paso sin guarache y se ha embarcado ahora en un proyecto muy creativo que tiene como fin el remozamiento y la renovación infraestructural del centro histórico del DF.
Por lo demás, y para quien le interese el tema, vale le pena consultar el libro The Rich are different, de Jon Winokur, autor de la metáfora beisbolística más célebre sobre los ricos: "Nacieron en tercera base, pero creen que metieron triple."

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