Tuesday, February 14, 2006

Los huesos de Juárez

Libro que parte el alma, Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez, tiene como tema sustancial la justicia. Se refiere a la impunidad, la complicidad, el encubrimiento de los asesinatos de mujeres jóvenes y pobres de Ciudad Juárez, Chihuahua, a lo largo de los últimos años.
Más que con informaciones, uno sale de la lectura del libro con una variedad de emociones: vergüenza, miedo, indignación, tristeza, impotencia, coraje. Porque lo que queda de manifiesto es que el Estado mexicano hasta ahora ha sido impotente para combatir al poder criminal. Parece haber sido rebasado, irretroactivamente, también, por el poder policiaco. Y parece estar, para engaño de todos, dándole vueltas a una batalla perdida de antemano.
Pero no es que las informaciones sean escasas o inocuas. Todo lo contrario: constituyen el nervio mismo del relato. Según las versiones oficiales, están ya resueltos en un 80 por ciento los más de 300 homicidios cometidos contra mujeres en Ciudad Juárez durante la última década y presos los culpables. Sin embargo, como hace ver la extraordinaria investigación periodística de Sergio González Rodríguez, con el paso del tiempo cada vez más de amplía el universo de dudas.
Lo que hace un escritor, gracias a su educación literaria, es establecer conexiones. Sabe relacionar unos hechos con otros, unos personajes con otros, unas afirmaciones con otras contradicciones, hasta tender un hilo de concatenaciones. Sabe también descubrir las omisiones, las ausencias, los ocultamientos. Y así ha procedido el autor de Huesos en el desierto para permitirnos vislumbrar una verdad que se ha extraviado en los archivos judiciales y que el gobierno de la República no ha querido reconocer.
Podía tratarse, según la acumulación de criterios y opiniones de los criminólogos, como las del norteamericano Robert K. Ressler, asesor de la película El silencio de los inocentes, de más de uno asesino serial. O, como resume González Rodríguez: "Sería el producto de una orgía sacrificial de cariz misógino, a cuyas víctimas se busca y elige en forma sistemática (en calles, fábricas, comercios o escuelas) en un contexto de protecciones y omisiones de las autoridades mexicanas durante la última década. En especial, sus policías y funcionarios judiciales, que cuentan con el respaldo de un grupo de empresarios del mayor poder económico y criminal en todo el país."
Ciudad Juárez, el antiguo Paso del Norte, la primigenia misión de Nuestra Señora de Guadalupe, cuenta con más de 1,217,818 habitantes, más de los que tiene Tijuana. El 40 por ciento vive en condiciones de pobreza extrema y cada día aumenta su población en 300 personas que vienen a trabajar en las maquiladoras o a cruzar hacia "el otro lado" pero se quedan. En su esfuerzo por dilucidar una historia cultural y política, el autor se remonta a los tiempos más remotos —cuando el país fue cercenado, hacia 1848— y a los de hace unos cincuenta años. Como en Tijuana, la Ley Seca en Estdos Unidos (1919-1933) "arrojaría al sur de la frontera a los prófugos de las restricciones y el crimen organizado". Ciudad Juárez, como Tijuana, creció gracias al turismo, el comercio y los flujos migratorios. "Durante la Segunda Guerra Mundial, los militares de la base de Fort Bliss, Texas, explayaron en la ciudad mexicana sus horas de relajamiento." Se vivían tiempos de triunfalismo bélico. La economía de guerra propiciaba la derrama de dólares que "se barrían con escoba", y la cultura habanera se transfiguraba en los cabarets. Se oía música de Glenn Miller, Agustín Lara, Cole Porter y Germán Valdés, Tin Tan, triunfaba en los centros nocturnos, contemporáneo de los pachucos de pantalones bombachos y tacones a la cubana.
México: país frontera. Todas sus ciudades experimentan ahora el fenómeno de la fronterización. Todo el tronco nacional parecer haberse trocado en frontera. La condición fronteriza ya no está sólo en la franja: también se vive en las ciudades de sur y en la Capital, mientras que las ciudades propiamente de la frontera, como escribiría Barry Gifford, "se asientan en un territorio indeciso entre algo y nada".
La estructura de la argumentación literaria, la hipótesis que no procede según las "pruebas" del alegato judicial sino más bien mediante proposiciones, sugerencias, insinuaciones, confirma cuánto ha crecido Sergio González Rodríguez como escritor. También sus descripciones son certeras y enriquecen la amenidad de la estremecedora narración: "A pesar de la luminosidad celeste que cae sobre el desierto, la urbe fronteriza luce pálida, aquí y allá descolorida. Algún reflejo metálico y un color restallante rompe la monotonía: la potencia solar y el polvo tienden una pátina cruda sobre las avenidas, las azotes, el cristal de las ventanas, las láminas de zinc y los vehículos".
Son muchísimas las impresiones que se quedan en la memoria del lector. Y no son menos las reflexiones. Ni siquiera se atreve uno a transcribir literalmente el lenguaje criminológico de los patólogos, como el del doctor David Trejo Silecio que encuentra un patrón en el desnucamiento de las víctimas y sus convulsiones en el momento cumbre de la violación.
Piensa uno asimismo que el dilema crucial del país sigue siendo el desastre de la justicia. El Estado mexicano aún no ha podido resolver el problema de la policía. Siente uno además que vive en un país ilegal, que la legalidad instaurada por el gobierno de Juárez en el siglo XIX también se ha ido a la tumba con las muchachas de Ciudad Juárez.