Thursday, March 17, 2011

El engranaje

El problema de la justicia


—Pero no todos son inocentes. Digo,
los que caen en el engranaje.
—A como anda el engranaje, todos
podríamos ser inocentes.
—Pero entonces también podría decirse:
a como anda la inocencia, todos podríamos
caer en el engranaje.
Leonardo Sciascia, El contexto



Si algo ha dejado el diferendum con Francia por el affaire Casez es que se puso al menos de manifiesto lo mucho que nos avergüenza el desastre y la corrupción del sistema de justicia mexicano. Otra llamada de atención, una más, ha sido la exhibición del documental Presunto culpable, que se queda corto si se piensa en los muchos miles de inocentes que pierden y desperdician sus vidas en las cárceles mexicanas.
La pregunta es angustiosa: ¿Por qué antes y después de la Revolución, durante todo el siglo XX, no hemos podido resolver el problema de la justicia? La policía mexicana de nuestros días no ha sido mejor que la de los rurales que apuntalaban la dictadura de Porfirio Díaz, un cuerpo integrado por asaltantes y asesinos. No por nada Los bandidos de Río Frío, la gran novela de Manuel Payno, eran policías.
Lo que queda claro es que el sistema de la administración de la justicia en México —a cargo de hampones profesionales y litigantes delincuentes— no es el sistema de justicia de un país democrático.
Lo sabía y lo presentía Franz Kafka en “La colonia penitenciaria”: “El principio por el cual me rijo es: la culpa está siempre fuera de duda.”
¿De dónde surge la policía, cómo se forma y se sostiene, a quién sirve? ¿Es un monstruo autónomo, con dinámica y código propios, invencible? ¿Quién es la que verdaderamente tiene el poder en la calle?
La policía guarda el orden, blasón de todos los dictadores. A veces el orden “evoca el desorden más profundo: véase el caso del fascismo”, dice Sciascia. Y, leyéndolo, Rodolfo Peña acotaba: “Si el problema de la policía no se ha resuelto es porque jamás, en ninguna parte y en ninguna época, se ha hecho el más mínimo intento de resolverlo.”
A nuestro amigo chihuahuense, periodista y editor de La Jornada, le gustaba leer al siciliano. Decía Rodolfo Peña que en realidad la policía no es ningún problema: Para los poderes —que incluyen a la sociedad política, pero también a los dueños de la riqueza y a las iglesias— la policía es una necesidad, una garantía de preservación y reproducción como cualquier otro cuerpo coercitivo. El Ejército, por ejemplo.
El supuesto es que los poderes están siempre enfrentados a una masa degradada, poco fiable, cargada de culpas y de faltas, capaz de amotinarse en cualquier momento y de cometer las peores tropelías.
En el poder a nadie le importa lo que la policía haga con la masa anónima de la que sus miembros fueron arrancados un día para enfundarlos en un uniforme, diferenciarlos y ponerlos en estado de tensión continua, contra sus antiguos congéneres.
“Si la policía roba, extorsiona, golpe, tortura, secuestra y mata, no hace más que confirmar sus deformaciones y vicios de origen, y así está bien: lo que sí le está prohibido es aliarse con la masa, identificarse socialmente con ella, porque entonces perecería su razón de ser.”
No se trata de administrar justicia, sino de mantener a raya a la masa.


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La Iglesia y el placer

Los historiadores de las religiones saben, mejor que uno, por qué muchas creencias que tienen que ver son la muerte y la divinidad le dan al sexo una enorme importancia. Musulmanes, judíos, católicos, cifran en la sexualidad humana y en el placer algunos de sus principios morales. Esta aparente fijación —que no tienen, por ejemplo, los budistas— no ha venido sino a confirmar que Sigmund Freud tenía razón: que la libido está en nosotros desde que somos bebés y que no es nada fácil intentar domarla o negarla.
En tierras jaliscienses, donde el machismo y el cacicazgo han tenido una dimensión muy particular, muchos prejuicios se transmiten de generación en generación y se refuerzan cuando, por ejemplo, el arzobispo de Guadalajara condena los matrimonios entre personas del mismo sexo o el gobernador del Estado confiesa en público la repugnancia que le provoca la homosexualidad.
Una de las consecuencias de no leer libros es que el indiferente a la lectura se pierde de muchas cosas: renuncia al mundo de la información y el análisis y actúa como si Freud nunca hubiera escrito sus obras o como si las asociaciones científicas no hubieran descartado ya la homosexualidad como una enfermedad.
En Tlaquepaque, Jalisco, se han organizado ciclos de conferencias o cursos para que los padres lleven a sus hijos homosexuales con el fin de “curarlos de la homosexualidad”. Este encuentro, celebrado del 12 al 14 de noviembre y del que nos informa la reportera de El Universal Cristina Pérez-Stadelmann, ha sido patrocinado en parte por el gobierno de Jalisco contraviniendo la ley.
La convocatoria estuvo firmada por el presbítero Paul Check y el terapeuta Richard Cohen. Los jóvenes asistentes reconocen que hay un Dios bueno que habrá de perdonarlos, siempre y cuando acepten vivir en castidad y limpiar su cuerpo.
Los jóvenes homosexuales, acompañados por sus padres, avanzan en fila india y en silencio hacia una gran cruz donde pegan con tachuelas sus peores perversiones sexuales escritas antes en un papel amarillo.
“Ustedes están en pecado y si no se curan cuanto antes se van con Satanás al infierno.”
Para que haya cura debe haber enfermedad. Si a sabiendas se ofrece “sanar la homosexualidad” estamos entonces ante un caso de mala fe y de engaño, una estafa. Si es por ignorancia, entonces la promesa de esta “sanación” es como la mentira del comerciante: una mentirijilla, no hay dolo, no llega a ser un crimen.
En tierras de Juan Rulfo, el sur de Jalisco, San Gabriel, Apulco, Tuxcacuesco, tampoco cantan mal las rancheras. Por el rumbo de los Magueyes, contaba Rulfo en el Mamma Roma (un café aquí en la Condesa), había una familia de charros que se dedicaba a matar homosexuales. Los padres de familia con algún hijo homosexual se lo encomendaban, se lo dejaban por allí para que fuera haciéndose hombre en las faenas duras del rancho. Ellos no los mataban directamente, los papás. No. Se los dejaban allí a los charros, como quien no quiere la cosa. Y el día menos pensado el joven homosexual bailoteaba sobre una laja, una laja ancha y muy grande que se tambaleaba sobre un desfiladero pero que no se caía. Los charros le echaban de balazos al muchacho, para que diera de brincos, para que saltara, para que se fuera de espaldas al precipicio.

La persona homosexual

Como si no hubiera existido Sigmund Freud, a muchas personas y a no pocas instituciones religiosas les cuesta aún mucho trabajo entender lo que es la sexualidad humana. Tampoco han percibido en toda su complejidad cómo —en la relación con los padres y en el hogar familiar— se configura el deseo y la elección de pareja. Incluso al estadista más culto del continente, el más leído, el de mejor sintaxis, Fidel Castro, no le entra en la cabeza por qué un buen porcentaje de personas sólo pueden relacionarse sexualmente con otras de su mismo sexo.
Pesa mucho el que se pertenezca a una generación u otra; a la gente mayor, por muy culta y tolerante que sea, le sigue pareciendo una perversidad el enamoramiento entre hombres o mujeres del mismo género. Creen que es una elección voluntaria y no una determinación inevitable —por los condicionantes que sean, genéticos o educativofamiliares—, no un modo de ser sexual: una personalidad sexual.
Y por ahí se les hace incomprensible el asunto. Suponen que las personas homosexuales viven en la mera genitalidad, en la búsqueda de la cópula y el orgasmo al margen de un contexto amoroso. No llegan a entender, pues, que dos personas del mismo sexo pueden enamorarse y desear vivir en pareja. Con el mismo derecho que tiene cualquier ser humano, en su única, brevísisma vida.
Es cierto que la familia es el núcleo de la sociedad, pero también es la matriz de la locura. Tener padres heterosexuales u homosexuales no es garantía de nada. Lo que importa es que disfruten de estabilidad emocional y que quieran y respeten a sus hijos como personas. Lo que hace fuerte a un ser humano es el haberse sentido aceptado y amado cuando niño. De ahí proviene su fuerza y su seguridad.
La Iglesia tiene gente preparada: arquitectos, abogados, ingenieros, médicos, filósofos, ¿cómo es posible que no entiendan lo que es la sexualidad humana? Y lo que es más interesante: dentro de la Iglesia católica no se impide discrepar, al menos entre los obispos. Véanse las posturas del obispo Vera de Saltillo.
Es muy difícil, salvo empíricamente, saber cuál es la dimensión humana más completa de la sexualidad si no se vive en pareja. Si uno no ha corrido con esa experiencia sublime y maravillosa (o desastrosa) no está autorizado —como los representantes de la Santa Rota— para hablar de la sexualidad y juzgar la zona más delicada y sagrada de un ser humano: la intimidad. No basta el conocimiento ocasional del orgasmo en cópula: se requiere de la convivencia prolongada en pareja. El matrimonio es una conversación.
Pero ¿cuál es conflicto de la Iglesia con el placer? ¿Cuál es el problema de las religiones —la judía, la católica, la musulmana, la tradición judeocristiana— con el sexo? ¿Por qué les perturba e irrita tanto? ¿Por qué los budistas no se preocupan tanto y se encomiendan a reflexiones más importantes?
Nadie tiene derecho a indignarse porque los demás no comparten sus mismas creencias ni mucho menos a imponerlas de manera inapelable.

Friday, March 11, 2011

Discurso con personajes

Storytelling


Hay formas del relato que
están incrustadas en el
inconsciente colectivo.
—Fred Vargas

Uno de los aspectos más tiernos del ser humano, sobre todo cuando es niño y aún no asume la edad de la razón, es su deseo de que le cuenten historias. Paul Auster piensa que en todo niño hay un hambre de historias. Le pide a su padre o a su madre o a su hermano o a su hermana mayor que, ya sobre la almohada, antes de dormirse, le cuente un cuento. Y así se encomienda a los sueños, se suelta, se deja ir, encaminado por la imaginación narrativa.
Desde que Barack Obama apareció en las plazas públicas, los mítines de campaña y las convenciones de su partido, empezó a llamarme la atención que siempre, en sus discursos, cuenta una historia e introduce uno o más personajes, como haría cualquier cuentista profesional. Así lo hizo en Chicago cuando dio gracias a quienes votaron por él; les habló de una señora de Atlanta, de 106 años, que nunca había votado. Procedió de igual manera en su discurso de duelo en Tucson el 13 de enero, luego del atentado de un orate contra una senadora y otras personas. Volvió a referirse a personajes e historias en su último informe presidencial de State of the Union, y se me ocurrió entonces que en todo ser humano subyace una especie de inconsciente narrativo que lo predispone a recibir historias o narraciones porque de esa manera la ideas se vuelven más claras y son más fáciles de recordar.
Pensé entonces y lo sigo pensando que en Obama el hecho de incorporar personajes e historias en sus alocuciones es un gesto auténtico porque en su caso el que habla es un escritor (autor de Los sueños de mi padre y La audacia de la esperanza) y no un político al que le escriben sus libros. Pero de pronto me entero de que contar una historia y trazar personajes también es una manipulación política para vender una idea, seducir, y conseguir todos los votos que se puedan.
Es una técnica de “mercadotecnia” para apelar a los sentimientos más íntimos de la gente y venderle una lavadora o un seguro. O una tarjeta de crédito.
Es toda una técnica de moda, de esas que venden los “asesores” en elecciones como aquel que inventó lo del “peligro para México” y a quien el PAN bañó de oro en 2006. En la campaña a de Nicolás Sarkosí en 2007 sus colaboradores compraron la “técnica narrativa” de los norteamericanos y lo pusieron a contar historias por todo el hexágono francés. Y ganó.
Las campañas políticas electorales, que lo aprovechan todo como la máquina de hacer chorizo, han hecho del contar historias una nueva arma de distracción masiva. Se supone que contar un cuento es mucho más eficaz que la propaganda porque no aspira a modificar las convicciones de la gente sino hacerla partícipe de una historia apasionante.
Quien mejor se ha fijado en este fenómeno es Christian Salomon en su libro La máquina de fabricar historias y formatear las mentes. Lo que le inquieta es la utilización y el aprovechamiento malintencionados que desde el poder se hace de la candidez humana. La cuestión está en cómo el Estado utiliza el storytelling como instrumento de persuasión y dominio, dado que, como decía Paul Ricoeur, la identidad personal y la social están constituidas de forma narrativa.
El arte del relato, pues, se ha vuelto un instrumento de la mentira de Estado y del control de las opiniones.
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Crónicas cerebrales

Que un pueblo de Sonora produzca un primera base de los Medias Rojas de Boston o un pitcher de los Dodgers no le llama la atención a nadie. También puede no sorprender que en el Sáric el el Sásabe sobresalga algún aventurero del mal o que una de las ciudades sonorenses haya sido la cuna de tres presidentes de la República. Pero reconocer que uno de sus pueblos haya dado un gran científico sí es como para llamarse a asombro y refrendar el orgullo regional.

Es ese el caso de Ures y de uno de sus hijos, Ranulfo Romo Trujillo, que el miércoles 9 de marzo leyó su conferencia de ingreso a El Colegio Nacional a la que puso por título “Crónicas cerebrales”.

El neurofisiólogo Ranulfo Romo nació el 28 de agosto de 1954 en Guadalupe de Ures, Sonora. Estudió la preparatoria en la Universidad de Sonora, en Hermosillo, y fue cuarto bat de los Cuervos, en la liga municipal.

Estudió medicina en la UNAM y obtuvo su doctorado en ciencias por la Universidad de París en 1985. Desde entonces —como lo hizo Arturo Rosenblueth al final de su vida— decidió hacer investigación en México y no en el extranjero. Desde 1989 es investigador titular del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM, donde comenzó el montaje de un laboratorio de neurofisiología. También se formó en la Universidad de John Hopkins (Baltimore), en el Collège de France (París) y pertenece a sociedades científicas como la Mexicana de Ciencias Fisiológicas y The Society for Neuroscience. En 2010 fue considerado en Estocolmo como candidato al premio Nobel de medicina.

Hizo en su conferencia (a la que no asistieron los literatos del Colegio Carlos Fuentes, Ramón Xirau, Gabriel Zaid, Enrique Krauze, ni el rector de la UNAM, el doctor Narro) una crónica de su carrera como investigador en París, Baltimore, Friburgo, alrededor de la neurobiología de la percepción.

Su objeto de investigación, pues, ha sido el cerebro humano y especialmente los mecanismos cerebrales que determinan la percepción sensorial, campo en el que su equipo de investigadores en la UNAM es considerado uno de los primeros del mundo.

A partir del establecimiento de que el cerebro y el sistema nervioso de los primates se asemeja mucho a los de los humanos, Romo y sus colaboradores han trabajado con nuestros “primos hermanos”, los chimpancés.

En sus estudios sobre la memoria ha descubierto que los atributos físicos del estímulo sensorial son memorizados por las neuronas de la corteza prefrontal. Este hallazgo abre la posibilidad de investigar cómo el cerebro memoriza estímulos multidimensionales y a la búsqueda de una explicación más amplia del mecanismo cerebral de la memoria.

Hasta hace todavía pocos años, el cerebro se consideraba terra incognita. Sin embargo, lo que hemos sabido del cerebro en los últimos cincuenta años es mucho mayor de lo que se sabía siglos atrás. La neurofisiología avanza a un ritmo que no tuvo antes. Nuestra vista, nuestro tacto, nuestro oído, dependen del cerebro. También la toma de decisiones. No existiría el mundo sin la memoria. Sin embargo, mucha gente descubre lo importante del funcionamiento del cerebro cuando ya no oye bien, ni ve bien, ya no memoriza o ya no puede moverse. Sigue siendo, pues, el cerebro humano una de las más enigmáticas maravillas de la vida en la Tierra.

Nuestra percepción subjetiva del tiempo también ha merecido la atención del doctor Romo Trujillo. Siempre estamos hablando en pasado, dice. Mientras escuchamos lo que nos dicen transcurren milésimas de segundo para procesarlo y al contestar ya ha pasado el tiempo. El cerebro es nuestra identidad. Y lo que llamamos persona resulta una narración de nuestra memoria.



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Wednesday, March 02, 2011

El comunistmo de todas las familias

Le communisme est un régime naturel que
nous avons tous connu, car c’est le
régime de la famille. Nul n’a rien en
propre, et chacun reçoit selon ses besoins
.

—Alain, Propos sur les pouvoirs


El comunismo es un régimen natural
que todos hemos conocido, pues no es
otro que el régimen de la familia.
Nadie es dueño de nada y cada quien
recibe según sus necesidades.
-Alain, Declaraciones sobre el poder


El escritor francés Emile Chartier, mejor conocido como Alain, vivió entre 1868 y 1951: 83 años. Escribía ensayos de tema político y los principales se han rescatado en un volumen que lleva por título: A propósito de los poderes. Elementos de ética política. Diserta sobre los orígenes del Estado, los ciudadanos frente al poder, la corrupción de los escritores y los diputados, el divorcio entre los partidos y la sociedad, la degradación del jefe de Estado, y muchos otros asuntos de interés permanente.
Los interesante de este autor y sus reflexiones es que las ideas vuelan; pasa el tiempo y de pronto prenden como una flor: se materializan, se vuelven proyecto y luego realización, van y vuelven a lo largo de la historia, sin importar los fracasos. Se esconden durante algún tiempo, luego retoñan, como el clavel del aire.
Y es que en no pocas cabezas, de diferentes culturas y países, empieza a sospecharse o a sentirse la corazonada de que a lo mejor el comunismo vuelve a entusiasmar a las nuevas generaciones. Porque se sabe que, de una generación a otra, los jóvenes tienden a olvidar o a no saber —porque nunca lo han sabido— lo que sucedió antes de que ellos vinieran a este mundo: los proyectos políticos fallidos, el intento socialista, por ejemplo, la esperanza política, la utopía.
A esos virtuales jóvenes (virtuales porque estamos hablando en términos teóricos y especulativos) no les arredra que el socialismo haya fracasado en Europa del Este. “Eso no era socialismo; era stalinismo”, podrían decir. Y si, a pesar de todo, han resurgido las nuevas juventudes fascistas y nazis, ¿por qué no podría ser que brotara de nuevo la ilusión comunista?
¿Se puede hablar de “ideas muertas”? ¿O hay ideas que retoñan?
El filósofo Italiano Gianni Vattimo se plantea que si el orden mundial es injusto e inicuo, ¿cómo podría cambiarse? Pensado en la experiencia actual de la izquierda italiana, europea y mundial, Vattimo llega a la conclusión —no sin polémica— de que hay que regresar “a lo que se era… reconvertirse al comunismo”. Porque lo cierto es que no se ha resuelto el problema de la justicia social en la tierra y no parece que vaya a resolverse. Todo mundo habla, ahora, en México, de los pobres, cuando antes ni se les podía mencionar. El capitalismo no ha sido ni ha pretendido ser nunca una institución de asistencia pública caritativa.
“El comunismo real ha muerto. Viva el comunismo ideal”, agrega Vattimo.
Alain dice que a lo que más se parece un régimen comunista es al régimen de la familia. Vivimos en familia y hacia adentro lo tuyo es mío y lo mío es tuyo: “El comunismo es un régimen natural que todos hemos conocido, pues es el régimen de la familia. Nada es de nadie, y cada uno recibe según sus necesidades.”
La familia es el núcleo de la sociedad. Pero también es el núcleo de la locura.
Incluso la familia de Carlos Slim, hacia adentro, en su ámbito privado, es una célula comunista.



Poética narrativa

Lo menos interesante de un
escritor son sus opiniones
políticas.
—Jorge Luis Borges

No sólo Mario Vargas Llosa es uno de los mejores escritores en español. También es uno de los mejores novelistas en cualquier lengua de nuestro tiempo. Para no pocos es un narrador de la especie de Balzac o de algunos de los grandes novelistas rusos del siglo XIX.
Y está condición no sólo se debe al talento. La clave es el trabajo, como nos ha hecho ver Malcolm Gladwell, la persistencia. En el caso de Mario Varas Llosa la disciplina es lo más importante, pero no en el sentido militar. En literatura la disciplina tiene otro nombre: concentración, la capacidad de la mente para mantener la atención por largos períodos.
Me contaba Juan García Hortelano que una vez un grupo de escritores de Barcelona —Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé— se acercaron a la Costa Brava en tren. Cuando llegaron a Cadaqués cada quien se instaló en su cuarto, se puso su “bañador”, y se fue al mar. Mario no. Faltaba. Se había quedado en su habitación dándole a una máquina de escribir portátil para reaparecer sólo a la hora de la cena. Alguien me decía que una vez compartió con él un camarote en un tren de Barcelona a París. Antes de que arrancara, Mario abrió un libro y no levantó la vista de sus páginas en las siguientes siete horas. En Lima, Juan Gargurevich me comentaba que Vargas Llosa tenía una casa en Barranco, y que una secretaria ordenaba y cuidaba su biblioteca: estantes de un metro de alto, con ruedas, con libros por los dos lados, para aprovechar al máximo el espacio. Gran organización, pues. Disciplina literaria, no militar.
Nunca olvidaré mi lectura de Conversación en La Catedral
: esa meditación melancólica e iracunda sobre las relaciones entre la prensa y el poder. Nunca olvidaré que Vargas Llosa fue uno de los jurados que le dio a Juan Marsé el premio Biblioteca Breve por Últimas tardes con Teresa, que competía con Boquitas pintadas, de Manuel Puig. Tampoco olvido la aparentemente improvisada conferencia que dio el peruano sobre la novela de Marsé en le Feria del Libro de Guadalajara: abundante en datos, generosa, divertida. Tampoco podría olvidar que la poética narrativa de Mario es la de la novela realista, que viene entre otros de Gustave Flaubert. El novelista investiga como un periodista o un historiador. Viaja, entrevista, se mete a los archivos. La suya no es una novela imaginativa, de pura invención literaria, como la de Daniel Sada o Juan Marsé, que se ayudan de la memoria distorsionadora y variopinta. Vargas Llosa va al Congo y recupera el sitio que junto a Hitler e Stalin merece el rey belga Leopoldo II, un magnicida olvidado, y una época, la de El sueño del celta, que recuerda hechos sangrientos y desalmados que inspiraron El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.
“Me parece una porquería juzgar a un escritor por lo que no es su obra”, decía Gabriel Ferrater. Y tenía razón. Pero por otra parte, no hay por qué separar a Vargas Llosa el novelista por un lado y el ensayista político por el otro. El paquete de una obra pensante viene completo. En una sola pieza. No se vale partir en dos a nadie, ni en tres. Además, no pocos están de acuerdo que en cuestión de opiniones políticas en muchas cosas Mario Vargas Llosa ha tenido razón.














La ioglesia y el sexo

Los historiadores de las religiones saben, mejor que uno, por qué muchas creencias que tienque ver son la muerte y la divinidad le dan al sexo una enorme importancia. Musulmanes, judíos, católicos, cifran en la sexualidad humana y en el placer algunos de sus principios morales. Esta aparente fijación —que no tienen, por ejemplo, los budistas— no ha venido sino a confirmar que Sigmund Freud tenía razón: que la libido está en nosotros desde que somos bebés y que no es nada fácil intentar domarla o negarla.
En tierras jaliscienses, donde el machismo y el cacicazgo han tenido una dimensión muy particular, muchos prejuicios se transmiten de generación en generación y se refuerzan cuando, por ejemplo, el arzobispo de Guadalajara condena los matrimonios entre personas del mismo sexo o el gobernador del Estado confiesa en público la repugnancia que le provoca la homosexualidad.
Una de las consecuencias de no leer libros es que el indiferente a la lectura se pierde de muchas cosas: renuncia al mundo de la información y el análisis y actúa como si Freud nunca hubiera escrito sus obras o como si las asociaciones científicas no hubieran descartado ya la homosexualidad como una enfermedad.
En Tlaquepaque, Jalisco, se han organizado ciclos de conferencias o cursos para que los padres lleven a sus hijos homosexuales con el fin de “curarlos de la homosexualidad”. Este encuentro, celebrado del 12 al 14 de noviembre y del que nos informa la reportera de El Universal Cristina Pérez-Stadelmann, ha sido patrocinado en parte por el gobierno de Jalisco contraviniendo la ley.
La convocatoria estuvo firmada por el presbítero Paul Check y el terapeuta Richard Cohen. Los jóvenes asistentes reconocen que hay un Dios bueno que habrá de perdonarlos, siempre y cuando acepten vivir en castidad y limpiar su cuerpo.
Los jóvenes homosexuales, acompañados por sus padres, avanzan en fila india y en silencio hacia una gran cruz donde pegan con tachuelas sus peores perversiones sexuales escritas antes en un papel amarillo.
“Ustedes están en pecado y si no se curan cuanto antes se van con Satanás al infierno.”
Para que haya cura debe haber enfermedad. Si a sabiendas se ofrece “sanar la homosexualidad” estamos entonces ante un caso de mala fe y de engaño, una estafa. Si es por ignorancia, entonces la promesa de esta “sanación” es como la mentira del comerciante: una mentirijilla, no hay dolo, no llega a ser un crimen.
En tierras de Juan Rulfo, el sur de Jalisco, San Gabriel, Apulco, Tuxcacuesco, tampoco cantan mal las rancheras. Por el rumbo de los Magueyes, contaba Rulfo en el Mamma Roma (un café aquí en la Condesa), había una familia de charros que se dedicaba a matar homosexuales. Los padres de familia con algún hijo homosexual se lo encomendaban, se lo dejaban por allí para que fuera haciéndose hombre en las faenas duras del rancho. Ellos no los mataban directamente, los papás. No. Se los dejaban allí a los charros, como quien no quiere la cosa. Y el día menos pensado el joven homosexual bailoteaba sobre una laja, una laja ancha y muy grande que se tambaleaba sobre un desfiladero pero que no se caía. Los charros le echaban de balazos al muchacho, para que diera de brincos, para que saltara, para que se fuera de espaldas al precipicio.