Monday, February 06, 2006

¿Hablan más?

En el fondo hombres y mujeres, salvo ciertas predeterminaciones biológicas, somos iguales. Sentimos más o menos igual. Lamentamos con igual intensidad una separación amorosa. No soportamos el abandono. Nos abrimos a la envidia cuando viene y, sabiendo que proviene del sistema nervioso autónomo, la domamos con educación y tolerancia (hacia nosotros mismos). También en el campo de la ambición diferimos poco: al aspirar al poder es previsible que tanto hombres como mujeres perdamos pie y reacomodemos nuestros principios morales al “principio de realidad”.
Es posible, por otra parte, que en relación con la geometría plana la mente de las mujeres actúe de una manera distinta a la del hombre. Lo mismo cuando hace su plan de vuelo de la colonia Condesa a Coyoacán: ni mejor ni peor. Diferente. Lo mismo al estacionar un auto en un espacio restringido. No es que lo haga de peor manera que un hombre. Lo hace de otro modo.
Asimismo algunas personas creen percibir que el uso de la palabra por parte de las mujeres en algo se distingue del de los hombres. Su capacidad discursiva (la de las mujeres) parece ser más fluida, a tal grado que pueden dar la impresión de que hablan más. No obstante, en la palabra escrita y en las obras literarias esta diferencia no se nota. Por eso resulta ocioso referirse a una “literatura femenina”. En el arte lo que cuenta es el resultado en la página y poco importa el sexo del autor o de la autora, que es uno de los múltiples factores, y no el más importante, que conforman una personalidad literaria y que reflejan una cierta visión del mundo en, por ejemplo, la novela.
En un lugar de California, unos neurobiólogos han hallado 54 genes que podrían explicar la diferente organización del cerebro masculino y femenino, contradiciendo así le teoría que desde hace treinta años atribuía el desarrollo cerebral exclusivamente a las hormonas. Según la revista Molecular Brain Research, reseñada en El País del 21 de octubre, la identidad sexual está integrada en el cerebro antes del nacimiento y podría ofrecer a los médicos una herramienta para asignar un sexo a los niños nacidos con genitales ambiguos. ¿Por qué nos sentimos hombres y mujeres?
Supuestamente, la identidad sexual está enraizada en la biología de cada persona antes de nacer y deriva de una variación en nuestro genoma individual. Por lo mismo, empieza a ser creíble la idea de que ser transexual (sentirse mujer u hombre teniendo un cuerpo diferente) es un estado mental. Contra lo que se creía hace treinta años, que el estrógeno y la testosterona se encargaban de organizar sexualmente el cerebro, que un cerebro fetal sólo necesitaba producir más testosterona para convertirse en varón, ahora se piensa que las hormonas no pueden explicar todas las diferencias sexuales entre hombres y mujeres.
Afirman también los científicos que estos hallazgos tal vez puedan explicar el origen de la homosexualdad: “Es bastante posible que la identidad sexual y la atracción física estén integradas en el cerebro.”
“No esperábamos encontrar diferencias genéticas entre los cerebros de ambos sexos”, dice Eric Vilain, profesor de Genética en la Universidad de California en Los Ángeles. “Pero hemos descubierto que el cerebro masculino y el femenino difieren de muchas formas mensurables. Incluidos la anatomía y el funcionamiento.”
En un ejemplo curioso, agrega, los dos hemisferios del cerebro resultaban más simétricos en las hembras que en los machos. Es posible que la simetría mejore la comunicación entre ambos lados del cerebro, dando lugar a la mayor expresividad verbal de las mujeres. “Esta diferencia anatómica podría explicar por qué a veces las mujeres pueden expresar mejor sus sentimientos que los hombres.”
El poeta y lingüista Gabriel Ferrater (1922-1972), que prometió que se suicidaría cuando cumpliera cincuenta años y lo cumplió, y sobre el cual Justo Navarro acaba de escribir una novela, F, no creía que las mujeres hablen más que los hombres, como suele creerse.
“No, porque resulta que hombres y mujeres somos exactamente iguales, salvo algunos condicionamientos o diferencias secundarias. En la literatura medieval hay una especie de tópico, de leyenda, en el sentido de que las mujeres hablan mucho. Yo no lo creo. Nunca he visto a una mujer que hablara más que yo en este momento.”
Lo que pasa es que a las mujeres les hemos encargado un papel —me decía Ferrater en San Cugat, cerca de Barcelona, en 1970— que es tal vez el más importante que tienen las mujeres: enseñar a hablar a los niños. Son las transmisoras de la lengua en cada cultura y en cada país, de una generación a otra. Por eso parece que hablan mucho para no decir nada, pero es la cosa funcional: tienen que usar un lenguaje que no quiera decir nada, sino simplemente para que el niño oiga y aprenda que hay agua en la botella, cosa que si sabemos hablar no diremos porque ya vemos el agua en la botella.
Por eso la mujer da la impresión de que tiene más capacidad para hablar. Pero en fin. Ferrater era muy poco dado a hacer teorías sobre las mujeres, y hacía bien, del mismo modo que era muy poco afecto a fabricar teorías sobre los negros o los chinos.

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