Friday, August 11, 2006

Policía literaria

Laura Cortés publicó el jueves 10 de aagosto en Milenio Diario una notable investigación periodística acerca de si es posible determinar y demostrar la paternidad de un texto anónimo. El método estiloestadístico que da a conocer en este reportaje el doctor en física estadística de la UNAM, Enrique Hernández, se aplicó —a solicitud de la reportera— para comprobar la hipótesis de que Carlos Fuentes es el verdadero autor de Los misterios de La Ópera, la novela que la editorial Plaza&Janés puso en circulación hace cinco meses firmada con el pseudónimo de Emmanuel Matta.
Tal vez para poner a prueba la vieja idea de que lo que importa y vende es el texto y no el autor o el nombre, tal vez para poner en juego una “estrategia” de marketing editorial aunque ello implicara el pecado menor de engañar al público, Plaza&Janés colocó en el mercado 25 mil ejemplares de Los misterios de La Ópera ofreciéndolo como la novela de un “escritor mexicano consagrado que un día amaneció de buen humor para realizar un divertimento”.
El equipo de investigadores dirigidos por Enrique Hernández estableció, con una probabilidad del 95 por ciento, que Emmanel Matta y Carlos Fuentes son una y la misma persona.
Como suele hacerse en estos casos (ya se hizo con las obras de Shakespeare para corroborar que él fue su inequívoco autor), los analistas tuvieron que proceder a partir de comparaciones. No se puede llegar a ningún lado en este tipo de averiguaciones si no se tiene un candidato, escritor de cartas o libros, para confrontarlo con la escritura y el estilo del pseudónimo investigado.
Los investigadores aplicaron tres pruebas estadísticas y lingüísticas a tres obras de Carlos Fuentes escogidas al azar: Las buenas conciencias, El instinto de Inés y Viendo visiones. Al cotejar los textos y “cruzarlos” con las páginas de Los misterios de La Ópera llegaron a la conclusión de que los cuatro libros fueron escritos por el mismo autor.
Es una empresa que puede ser fascinante para cualquier detective literario con conocimientos de computación. Si antes se hacía con tarjetas y cientos de cuadernos y durante mucho tiempo, ahora existen programas computacionales para dar rápidamente con el novelista enmascarado.
Se sabe que en tiempos del nacionalsocialismo alemán la Gestapo tenía equipos de críticos literarios para determinar, por medio del análisis y las comparaciones estilísticas, la paternidad de los panfletos anónimos.
La clave del método estiloestadístico es, pues, contar con un texto que se pueda comparar con los escritos del autor en cuestión. Hay que encontrarle al sospechoso sus manías estilísticas y establecer el mayor número posible de similitudes: el tamaño de los párrafos, la respiración de su frase, el uso de determinadas conjunciones, la inclinación por ciertos estribillos y la afición por ciertos signos de puntuación. Es como si estas características fueran “huellas digitales lingüísticas” muy personales del autor que se agazapa tras un pseudónimo. Aunque no quiera, en el texto queda su impronta. Porque el estilo es inconsciente.
El método podría tener aplicación asimismo en los juicios penales por difamación o amenazas. Lo ideal sería trasladar sus técnicas a la electrónica y buscar la autoría de los libelos de internet que operan en el reino del anonimato y la impunidad.
Hubo una época en México, durante el movimiento de 1968 y en los años subsiguientes, en que a cierto secretario de Gobernación, Luis Echeverría, y luego a cierto Presidente, Luis Echeverría, les daba por creen en el libro como instrumento de propaganda política (en un país en donde no se lee mucho). Y empezaron a aparecer de pronto libros apócrifos destinados a deturpar a personajes como José Revueltas, Julio Scherer García, Daniel Cosío Villegas, a vilipendiar el movimiento estudiantil de 1968 o despistar al lector sobre la matanza de los Halcones en 1971.
El “clásico” de estos libelos es El Móndrigo, una joya en la historia de la literatura de la infamia, armado en forma de diario, y encomendado para su confección a un redactor de oficio y con experiencia literaria. Nunca se ha demostrado quién fue su verdadero autor (se sospechaba de un filósofo brillante y de un periodista mañoso) y todavía sigue esperando que alguien se ponga a procesarlo en una computadora.
Sin embargo lo importante de la indagación periodística de Laura Cortés es que replantea la necesidad de reflexionar sobre los libelos electrónicos, difamatorios y anónimos (aunque los patrocine el Consejo Coordinador Empresarial), que tanto ofendieron a no pocos espectadores de la televisión y denigraron sin piedad, y sin razón alguna, a un candidato. Porque, como es propio de nuestra época y en un país mayoritariamente ágrafo, el libelo moderno es televisivo, un clip o un spot en el que se miente y se injuria de manera impune y tolerada por el IFE.
Por otra parte, la operación comercial de la editorial Plaza&Janés a nadie hace daño y ciertamente no es un crimen. Valga en su descargo lo que entre los especialistas del derecho civil ‑en sus estudios sobre el dolo y la mala fe‑ se reconoce como “la mentira del comerciante”. Es una mentirijilla tolerada, incluso positiva porque promueve la lectura de novelas y divierte a la afición literaria en general.

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Sunday, August 06, 2006

Las actas de Hermosillo

El sábado 8 de julio se anunció en la plaza Emiliana de Zubeldía de Hermosillo, Sonora (estado gobernado por un priista simpatizante de Elba Ester Gordillo), que urgía gente que trabajara revisando las actas electorales para capturar información, que supiera un poco de computadoras y que fuera de confianza.
De inmediato se apuntó Uriel Mateos Farfán, licenciado en física por la Universidad de Sonora. El domingo 9 a las 8 de la mañana empezó a realizar la revisión. No tenía ni idea de lo que tenía que hacer ni de la cantidad de trabajo que le esperaba.
La chamba consistía en capturar (copiar en la pantalla de la computadora) y analizar los datos contenidos en cada una de las actas de un distrito electoral de Sonora, así como cotejar los nombres de los funcionarios de casilla con los registrados en la lista oficial para obtener un listado de posibles errores. No sabía Uriel Mateos Farfán si les dieron a él y a sus compañeros todas las actas de ese distrito o una parte, pero lo que sí le consta es que eran más de 400 actas.
Ese domingo estuvieron trabajando sin parar desde las 8 y media de la mañana hasta las 4 de la tarde.
Según consta en esas actas, las casillas electorales tienen inconsistencias como las siguientes:
1. El número de boletas entregadas al presidente de casilla no coincide con las que él entregó al IFE. Es decir, el número de boletas depositadas en la urna más el número de boletas no utilizadas.
2. El total de votantes no coincide con la suma de los votos de todos los candidatos más los votos anulados.
3. Los funcionarios de casilla no son los que aparecen en la lista oficial publicada.
4. Omisión de datos y otros.
Los más recurrentes son los primeros dos errores.


Esta falta de coherencia en las actas electorales apareció en más del 50 por ciento de las actas revisadas en Hermosillo. Y no es improbable, cree Uriel Mateos Farfán, que ese porcentaje llegue al 80 por ciento.
Al menos 8 de los voluntarios que estuvieron trabajando con Uriel Mateos Farfán tenían grado de doctor en ciencias: profesionistas preparados para sustentar fehacientemente las impugnaciones.
Ya es cuestionable que se puede declarar un ganador si la diferencia entre el primer y el segundo lugares en el conteo de votos es tan sólo de 0.58 por ciento: la diferencia fue de un voto de cada 200 votos aproximadamente. Esto implica que tan sólo el error de dos votos en cada casilla, voluntario o involuntario, puede cambiar al ganador.
Un procedimiento minucioso, seguido por los “maestros” que colocó como funcionarios en todas las casillas del país Elba Ester Gordillo (coordinada con Carlos Salinas de Gortari) para que favorecieran al PAN, fue precisamente ése: quitarle dos votos a cada una de las l30 mil casillas. Con es nimiedad cada casilla parecería insospechable, pero, sumado el despojo hormiga, podrían juntarse unos 250 mil votos de más a favor de Calderón. Ya el presidente Fox le había dado a la “maestra” mil 300 millones de pesos (del erario púlico) para gastos del magisterio.
Con todo y eso, Uriel Mateos Farfán no cree que la votación haya sido inútil. A lo mejor fueron las mejores elecciones que hemos tenido, cree, ya que los errores en cada casilla examinada fueron mínimos, aunque esos pocos errores se encontraban en prácticamente todas, nada despreciables en una elección tan cerrada como la del 2 de julio. Por todos esto, el conteo de votos por medio de las actas no es lo suficientemente preciso para tener la certeza de quién fue el ganador. No hay que olvidar que en todo caso las actas traen incorporado el fraude. Lo que importa es lo que está dentro de las urnas.
En este caso se necesita un mínimo de 99.5 por ciento de confianza en las votaciones para poder afirmar quién es el ganador, con esa diferencia tan pequeña de votos.
“Luego entonces, es improcedente que se declare a un ganador. El TRIFE debe buscar junto con el PAN y el PRD algún mecanismo para hacer otra medición más confiable de estos resultados”, dice Mateos Farfán. “El PRD propuso uno, el conteo voto por voto, casilla por casilla. Falta ver qué proponen el TRIFE y el PAN.”
Lo que hay que exigir al Tribunal Electoral es que no se precipite a declarar a un ganador habiendo tantos errores en la mayoría de las actas de las casillas y sobradas evidencias de que hubo un desaseo inocultable porque los “maestros” de Elba Ester metieron mano y los gobernadores priistas se hicieron de la vista gorda. Y es que, en efecto, las actas suelen traer incorporado el fraude. De nada sirve ver las actas si sus números no se cotejan con el número de votos registrados en las boletas.
Para el físico sonorense el papel de cualquier ciudadano responsable es dar seguridad a la población, sobre todo cuando los medios informativos están haciendo una campaña de temor y dan por sentado que ya tienen un ganador.
Mientras son peras o son manzanas poco a poco va estableciéndose en la percepción pública —de manera reiterada: gota a gota, día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto— lo que la televisión, Los Pinos, los empresarios y la radio principalmente (con algunos periódicos y revistas que se decantan por la misma línea) quieren que se establezca: que fueron las elecciones más limpias de la historia, que es inverosímil que haya habido fraude, que el fraude es imposible en el México moderno (tan imposible como la corrupción), que los jueces del TRIFE son insobornables (puesto que ganan 371 mil pesos mensuales cada uno y no quieren pensiones vitalicias con el sueldo entero, como lo plantearon el año pasado), que lo que pasa es que los demás no saben perder. Que el presidente electo es el que Televisa dice que es el presidente electo, que no es cierto, que no es cierto que, luego de tantos miles de millones de pesos dilapidados, nos robaron unas elecciones.


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La verdad mediática no es la verdad promedio

Hace unos cuatro meses, durante un encuentro del parlamento español, el líder de la oposición Mariano Rajoy se dirigió de esta manera al jefe del Estado:
—Pues yo, señor Zapatero, he terminado por faltarle al respeto.
Minutos más tarde, en medio de una gran tensión, José Luis Rodríguez Zapatero se ocupó tranquilamente de la réplica:
—Yo en cambio, señor Rajoy, no puedo darme el lujo de faltarle el respeto porque usted representa a diez millones de españoles y nos necesitamos todos para hacer la paz con Eta.
Esta consideración del otro, del adversario político o del envidiado competidor, por mucho que represente a una tercera parte del electorado (unos quince millones de votantes), no amerita en México ni siquiera el respeto de un locutor, sobre todo en una época como la nuestra en la que los locutores se han convertido —en sustitución de los sacerdotes y los intelectuales— en los nuevos guías espirituales de la nación: la guardia pretoriana del sistema.
Si alguna enseñanza nos ha de quedar de nuestra reciente, muy amarga y frustrante experiencia electoral es la que nos ha hecho tomar conciencia del papel protagónico y determinante que en buena o mala lid tienen ahora, como nunca antes en la historia, la tele y la radio. En este contexto es incomprensible la alianza entre uno de los partidos y uno de los medios audiovisuales sin asociarla —como efecto de una causa— a la aprobación de las reformas a la Ley de Radio, Televisión y Telecomunicaciones. Hemos visto, con ese sentimiento de impotencia y de no disimulada amargura, el fracaso de la palabra impresa ante la imagen. Hemos visto también que a mayor adelanto científico o tecnológico, en la cibernética y en las telecomunicaciones, más se obra en contra de la democracia electoral. ¿En una fila de cien votantes cuántos han leído un periódico? ¿Tres, cinco? Nos ganó la televisión.
Son los tiempos que corren, se nos consuela. Si antes los mexicanos no leían mucho, ahora es muy posible que lean menos. Está lloviendo sobre mojado. Se informan más por los mensajes televisivos y el “periodismo oral” que por las noticias de la prensa o los artículos de fondo que aspiran a hacer pensar.
De nadie es la culpa. Son los tiempos modernos. Los ciudadanos modernos son ágrafos. Porque, aparte del desdén tradicional por los libros, lo que sucede ahora es que los medios audiovisuales electrónicos alejan a las personas de la cultura gráfica. Desde muy jóvenes, los mexicanos deciden que les da flojera leer. Se puede ser analfabeto y estar más o menos informado. No se necesita saber leer ni escribir para votar ni para enterarse, así sea de manera superficial, de lo que sucede en el país y en el mundo. Basta encomendarse a la oralidad de los medios para situarse como receptor pasivo y seguir viviendo en la oralidad del teléfono, la radio, la tele, el videoclip, el spot publicitario, la oralidad del celular. Podemos muy bien pasárnosla en este mundo sin tener el menor contacto con la palabra impresa (acaso en un menú, acaso en un letrero de la carretera). “La transformación electrónica de la expresión verbal ha llevado a la conciencia a una nueva era de oralidad secundaria”, dice el lingüista Walter Ong. Y se trata, retrospectiva y paradójicamente de una oralidad semejante a la del hombre de las cavernas, antes de la invención del lenguaje, de la escritura y de la imprenta.
Pero quizá lo más importante que debemos aprovechar de nuestra malhadada experiencia electoral (tan costosa, por cierto, tan dilapidada, tan inútilmente onerosa, tan ofensiva, tan triste) es la comprobación de que es absurda u obscena la publicidad política en la televisión y la radio. Puede ser una política al estilo americano (tendemos demasiado a imitar todo lo que se hace en Estados Unidos), pero lo cierto es que en países tan civilizados como Francia y España hubiera sido inaceptable una propaganda televisiva tan violenta y tan sucia como la que los consejeros español y estadounidense del PAN sugirieron que se lanzara al aire. En Francia y en España no existe la propaganda política en los medios audiovisuales. No hay nada de que “Vote usted por Zapatero” o “Vote usted por Sarkosy” en la televisión. A la tele se va a debatir ideas y programas. Y no se le regala a los dueños de la tele (como en México) la mayor parte del presupuesto que el Estado tiene destinado para las campañas políticas de los partidos. ¿Por qué? Porque no puede ser equitativo si el motor es el dinero. ¿Para qué? Para que los ciudadanos no voten por un detergente sino por un ser humano político.
Una de las verdades incontrovertibles que la tele ha puesto en circulación de manera reiterada (según al técnica de la repetición goebellsiana) es que el fraude electoral no sólo no ha sucedido sino que es imposible que suceda. Supone esta teoría que los funcionarios de casillas son bioquímicamente puros y no, como suele ser el caso, militantes de partidos políticos con vela en el entierro. Si se encontraron boletas en un canal de desagüe, si se mostraron actas con el fraude ya incorporado, si se identificaron casillas con más votantes que los registrados en el padrón, si a cada casilla le birlaron un aparentemente imperceptible voto, es algo que para la verdad mediática que se está confeccionando no tiene la menor importancia. Eso no existe. La realidad es lo que la tele dice que es la realidad.
Pero en fin. La vieja factura que nos cobra la democracia a cambio de que no haya derramamiento de sangre nos llega con otras palabras:
Ninguna democracia electoral es pura e inocente. Todos juegan sucio. Es una pelea de perros. Se tiran a matar pero no se matan. Hay que aguantarse y apechugar si hay fraude electoral, porque lo importante es que no nos agarremos a balazos.


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Thursday, August 03, 2006

Los jueces

Un juez de muy alto rango, el personaje de una novela italiana, sostiene que el error judicial no existe de la misma manera en que entre nosotros se afirma que el fraude electoral es imposible que exista.
La comparación extralógica que hace el magistrado es entre el acto de juzgar y la celebración de la misa. La justicia no puede dejar de manifestarse, de transustanciarse, de cumplirse cuando el juez juzga y sentencia, de la misma manera en que el misterio de la transustanciación (el pan y el vino que se convierten en el cuerpo, la sangre y el alma de Cristo) no puede dejar de producirse cuando el sacerdote celebra la misa.
En nuestro exasperante caso de las elecciones la cerrazón del IFE parece decir que sólo por el hecho mismo de haberse llevado a cabo, con todas sus formalidades cumplidas, la votación se cumplió de manera fehaciente y justa. “No pudo no haberse cumplido la voluntad popular”, diría el alto ministro italiano.
Ahora, la verdad mediática que todos los días van construyendo los medios audiovisuales e impresos a favor del candidato del PAN (y de sí mismos) se preocupa por establecer que la elección fue impoluta y que los funcionarios de casilla han sido bioquímicamente puros y no militantes —mal o bien intencionados— de los partidos políticos.
Los gobernadores priístas, orquestados por Elba Esther Gordillo, organizaron y realizaron el fraude electoral a favor de Felipe Calderón. Bastó colocar en las casillas a cientos de miles de “maestros” para que en cada casilla se robaran uno dos votos a fin de que, por ejemplo, en 130 mil casillas resultaran 260 mil votos a favor del candidato de Los Pinos, Televisa, Washington, el Vaticano, los empresarios y los banqueros mexicanos y extranjeros.
Robarse una elección presidencial, como los saben Miguel de La Madrid y Carlos Salinas, equivale a asaltar más de mil millones de bancos. Ni el PAN, ni el IFE, ni el Tribunal Electoral van a ceder ante las impugnaciones. Sería contrario a la lógica del poder. La asunción de la Presidencia, así sea factual y golpista, tiene una dinámica acumulativa y todos se apuntan al banquete. Incluidos los jueces.