Sunday, August 06, 2006

La verdad mediática no es la verdad promedio

Hace unos cuatro meses, durante un encuentro del parlamento español, el líder de la oposición Mariano Rajoy se dirigió de esta manera al jefe del Estado:
—Pues yo, señor Zapatero, he terminado por faltarle al respeto.
Minutos más tarde, en medio de una gran tensión, José Luis Rodríguez Zapatero se ocupó tranquilamente de la réplica:
—Yo en cambio, señor Rajoy, no puedo darme el lujo de faltarle el respeto porque usted representa a diez millones de españoles y nos necesitamos todos para hacer la paz con Eta.
Esta consideración del otro, del adversario político o del envidiado competidor, por mucho que represente a una tercera parte del electorado (unos quince millones de votantes), no amerita en México ni siquiera el respeto de un locutor, sobre todo en una época como la nuestra en la que los locutores se han convertido —en sustitución de los sacerdotes y los intelectuales— en los nuevos guías espirituales de la nación: la guardia pretoriana del sistema.
Si alguna enseñanza nos ha de quedar de nuestra reciente, muy amarga y frustrante experiencia electoral es la que nos ha hecho tomar conciencia del papel protagónico y determinante que en buena o mala lid tienen ahora, como nunca antes en la historia, la tele y la radio. En este contexto es incomprensible la alianza entre uno de los partidos y uno de los medios audiovisuales sin asociarla —como efecto de una causa— a la aprobación de las reformas a la Ley de Radio, Televisión y Telecomunicaciones. Hemos visto, con ese sentimiento de impotencia y de no disimulada amargura, el fracaso de la palabra impresa ante la imagen. Hemos visto también que a mayor adelanto científico o tecnológico, en la cibernética y en las telecomunicaciones, más se obra en contra de la democracia electoral. ¿En una fila de cien votantes cuántos han leído un periódico? ¿Tres, cinco? Nos ganó la televisión.
Son los tiempos que corren, se nos consuela. Si antes los mexicanos no leían mucho, ahora es muy posible que lean menos. Está lloviendo sobre mojado. Se informan más por los mensajes televisivos y el “periodismo oral” que por las noticias de la prensa o los artículos de fondo que aspiran a hacer pensar.
De nadie es la culpa. Son los tiempos modernos. Los ciudadanos modernos son ágrafos. Porque, aparte del desdén tradicional por los libros, lo que sucede ahora es que los medios audiovisuales electrónicos alejan a las personas de la cultura gráfica. Desde muy jóvenes, los mexicanos deciden que les da flojera leer. Se puede ser analfabeto y estar más o menos informado. No se necesita saber leer ni escribir para votar ni para enterarse, así sea de manera superficial, de lo que sucede en el país y en el mundo. Basta encomendarse a la oralidad de los medios para situarse como receptor pasivo y seguir viviendo en la oralidad del teléfono, la radio, la tele, el videoclip, el spot publicitario, la oralidad del celular. Podemos muy bien pasárnosla en este mundo sin tener el menor contacto con la palabra impresa (acaso en un menú, acaso en un letrero de la carretera). “La transformación electrónica de la expresión verbal ha llevado a la conciencia a una nueva era de oralidad secundaria”, dice el lingüista Walter Ong. Y se trata, retrospectiva y paradójicamente de una oralidad semejante a la del hombre de las cavernas, antes de la invención del lenguaje, de la escritura y de la imprenta.
Pero quizá lo más importante que debemos aprovechar de nuestra malhadada experiencia electoral (tan costosa, por cierto, tan dilapidada, tan inútilmente onerosa, tan ofensiva, tan triste) es la comprobación de que es absurda u obscena la publicidad política en la televisión y la radio. Puede ser una política al estilo americano (tendemos demasiado a imitar todo lo que se hace en Estados Unidos), pero lo cierto es que en países tan civilizados como Francia y España hubiera sido inaceptable una propaganda televisiva tan violenta y tan sucia como la que los consejeros español y estadounidense del PAN sugirieron que se lanzara al aire. En Francia y en España no existe la propaganda política en los medios audiovisuales. No hay nada de que “Vote usted por Zapatero” o “Vote usted por Sarkosy” en la televisión. A la tele se va a debatir ideas y programas. Y no se le regala a los dueños de la tele (como en México) la mayor parte del presupuesto que el Estado tiene destinado para las campañas políticas de los partidos. ¿Por qué? Porque no puede ser equitativo si el motor es el dinero. ¿Para qué? Para que los ciudadanos no voten por un detergente sino por un ser humano político.
Una de las verdades incontrovertibles que la tele ha puesto en circulación de manera reiterada (según al técnica de la repetición goebellsiana) es que el fraude electoral no sólo no ha sucedido sino que es imposible que suceda. Supone esta teoría que los funcionarios de casillas son bioquímicamente puros y no, como suele ser el caso, militantes de partidos políticos con vela en el entierro. Si se encontraron boletas en un canal de desagüe, si se mostraron actas con el fraude ya incorporado, si se identificaron casillas con más votantes que los registrados en el padrón, si a cada casilla le birlaron un aparentemente imperceptible voto, es algo que para la verdad mediática que se está confeccionando no tiene la menor importancia. Eso no existe. La realidad es lo que la tele dice que es la realidad.
Pero en fin. La vieja factura que nos cobra la democracia a cambio de que no haya derramamiento de sangre nos llega con otras palabras:
Ninguna democracia electoral es pura e inocente. Todos juegan sucio. Es una pelea de perros. Se tiran a matar pero no se matan. Hay que aguantarse y apechugar si hay fraude electoral, porque lo importante es que no nos agarremos a balazos.


http://federicocampbell.blogspot.com/

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