Tuesday, February 14, 2006

Ibn Jaldún y la sabiduría árabe

Dada la espectacularidad del suceso —el descubrimiento y la detención de Sadam Husein en una cobacha de su pueblo hace unos meses— muy pocos lectores o televidentes retuvieron en su memoria el título del libro que el derrocado dictador de Irak tenía de cabecera. Se trata del famosísimo y clásico Al-Muqaddimah. Introducción a la historia universal, del sabio pensador árabe Ibn Jaldún.
Lo que no se dijo entonces —porque nadie está obligado a saberlo todo, ni siquiera los periodistas— es que la única y más completa edición de este libro portentoso en lengua española de 1165 páginas ha sido mérito de una editorial mexicana: el Fondo de Cultura Económica, para nuestro orgullo. En 1977 el historiador Elías Trabulse cuidó la edición, escribió un estudio preliminar y elaboró los apéndices de la magistral obra traducida por Juan Feres y que llegó a las mesas del Fondo gracias a la generosidad de una familia de libaneses mexicanos a la que pertenecía —se dice, sin que lo hayamos podido corroborar— el actor Mauricio Garcés.
Cuando hace ya varios años mi amigo y paisano mexicalense Rafael Padilla Ibarra me dio a conocer esta Introducción a la historia universal, de Ibn Jaldún (nacido en Túnez en 1332), tuve la sensación de que gran parte de la mentalidad árabe —entreverada en la cultura española— pervivía entre nosotros. “Allí está el origen del PRI”, me dije, porque en algunos tramos de la obra el autor reflexiona con toda naturalidad en que el gobernante tiene derecho a elegir a su sucesor. “La ley reconoce al imam el derecho de darse un sucesor; ella se fundamente sobre el consenso unánime del pueblo en admitir tal nominación.” Patrono y síndico de todos los muslimes, el imam resulta ser el guardián de sus intereses durante su vida, e incluso después de su muerte, porque él les designa una persona que ha de dirigir sus asuntos.
En otra meditación, Ibn Jaldún asocia en el siglo XIV la espada a la pluma. Piensa en la fuerza y en el poder de la palabra (en los intelectuales, se diría ahora, y en los medios de comunicación). Porque la espada y la pluma son los instrumentos de que el soberano se sirve en la conducción de sus asuntos. Todos los imperios, agrega, tienen más menester de la espada que de la pluma. La espada es el coadjutor del sultán, en tanto la pluma no es sino la sirvienta encargada de transmitir sus órdenes. Pero para hacerse respetar y defenderse, el gobierno hallará más útil la espada que la pluma.
En otro lugar el pensador árabe sostiene que la naturaleza del poder implica la tendencia al lujo. Le parece natural, propio de la condición humana, que cuando una nación domina a otra y le arrebata sus posesiones logre un alto nivel de bienestar y abundancia. Los hábitos del lujo se desarrollan pronto en ella. Dejándose arrastrar por toda clase de deleites y refinamientos, los gobernantes despliegan un gran esmero en su mesa, sus vestidos, sus muebles y sus vajillas.
En la autocracia, las familias ilustres cultivan el amor propio de imponer su voluntad a los demás. “Como la soberbia y el orgullo son de la naturaleza animal que persiste en la especie humana, el jefe, como tal, jamás consentiría en compartir su poder con los demás, ni permitirles la participación en el mano o la administración.” Y ahí está aquella vieja superstición priísta de que “el poder no se comparte”, salvo en la verdadera democracia. El jefe debe de ser único, porque con varios sobrevendrían conflictos muy nocivos a la comunidad.
Sin embargo, la obra de Ibn Jaldún no es sólo un tratado de consejos al Príncipe ni una serie de pensamientos sobre el arte de gobernar. Para André
Miquel, Ibn Jaldún es precursor y aun fundador de algunas de nuestras ciencias humanas: geografía económica o política, sociología, filosofía de la historia, psicología de los pueblos y tantas otras más. Y habla tanto de la interpretación de los sueños como del arte de la carpintería, antes de especular que de todos los hombres, los sabios son los que menos entienden de la administración política y de sus procedimientos.
Supe después que José Ortega y Gasset le dedicó un ensayo en El Espectador VIII en 1934: “Abenjaldun nos revela el secreto”. Y, curiosamente, que Juan Rulfo pone como epígrafe en sus Cuadernos póstumos una frase de Ibn Jaldún: “Mas los días y los tiempos nos consumen, nos abaten los términos de nuestra existencia.”
Una idea predominante a lo largo de Al-Muqaddimah es la de explorar el fenómeno del nacimiento, del desarrollo y del ocaso de las civilizaciones, que Ibn Jaldún percibe sobre todo a través del conflicto del sedentario y del nómada.
En Ibn Jaldún y sus lectores, de Ahmed Abdesselem (también publicado por el FCE: Cuadernos de La Gaceta número 29, de 1987), se anota que en la búsqueda de la identidad que acompaña la evolución contemporánea del mundo árabe-musulmán, Ibn Jaldún es, ciertamente, uno de los pensadores (si no el pensador) de los siglos pasados que más merecen una vuelta hacia ellos.
Patrimonio histórico, jurídico, etnológico, sociológico y político de la humanidad, La historia universal, de Ibn Jaldún, es un tesoro imprescindible para todo aquel que se apasione por el estudio de la cultura árabe —que a nosotros nos llega por España: los árabes estuvieron siglos en Andalucía— y por la paradójica, trágica y desalentadora relación del ser humano con el poder.

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