Monday, February 06, 2006

Lo que son las cosas

Estaba diciendo el año pasado que esta columna periodística no es un columna militar ni mucho menos arquitectónica. Tampoco es una columna vertebral. Más modestamente, quiere ser una reflexión sobre lo que va sucediendo a lo largo de los últimos quince días, como suele hacerse en un diario personal o en una bitácora de navegante (o en un blog, el "diario en público" que muchos jóvenes llevan en la red a fin de compartirlo), o en el "diario de fatigas" que lleva un soldado de infantería y apunta los detalles más importante de la jornada o la batalla.
Y estaba redactando estas líneas hacia las 6 de la tarde del 3l de diciembre —últimas horas del año— y no sabía de qué escribir. De pronto, a las 6 y diez minutos exactamente, apareció por el poniente de aquí del valle de Anáhuac el jumbo 777 de Air France que llega de París todos los días, luego de doce horas de travesía. Sigo sin entender por qué de aquí para allá son sólo diez horas. Me dicen que por los vientos.
Quería escribir sobre Susan Sontag pero no me concentraba; había estado pensando en ella todos los días desde el momento en que se anunció su muerte en los días de Navidad. Luego de muchos años de luchar contra el cáncer, la escritora murió en un hospital de Manhattan y fue sepultada en París, en el cementerio de Montparnasse donde reposan Cortázar, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Porfirio Díaz. Entre los libros más interesantes que nos dejó se encuentran sus novelas El benefactor, El amante del volcán y En América, y los ensayos Contra la interpretación, La enfermedad y sus metáforas (sobre el cáncer y el sida) y Ante el dolor de los demás, un pensamiento muy personal sobre la compasión.
Recuerdo que en 1970 y en Barcelona estuve traduciendo uno de sus libros: Styles of Radical Will para la editorial Seix Barral respecto al cual Pere Gimferrer sugería que se tradujera como "Radicalidades". Mi traducción no llegó a publicarse porque Susan Sontag todavía estaba muy resentida con la censura franquista, que le mutiló algunos párrafos a Contra la interpretación, y retuvo los derechos de autor. Finalmente el libro se publicó en 1985 como Estilos radicales con la traducción de Eduardo Goligorsky y bajo el sello editorial de Muchnik.
Estaba en esto, es decir, a mitad del río, cuando unos veinte minutos más tarde, apareció el avión de Lufthansa, que cubre todos los días la ruta entre Frankfurt y México y aterriza aquí a las 6 con cuarenta minutos. Lo vi desde aquí de la azotea, aquí en la calle de Jojutla en la colonia Condesa, y me puse a cavilar en lo absurdo que resulta el transporte aéreo y sus aeropuertos. Antes del jumbo de Air France había bajado el enorme Air Bus de Iberia desde Madrid, y luego de la nave alemana, pasadas las 7, vi que se adueñaba de los cielos de la gran Tenochtitlan el 747 de KLM, procedente de Amsterdam. Cada avión trae entre 300 y 400 pasajeros, y por lo menos en el lapso de una hora y media, todos amontonados, deben estar bajado unos 2000 pasajeros en el aeropuerto del DF, que con razón es un caos. Y luego volví a pensar en la Sontag.
Era una escritora un poco a la francesa, muy sensible a la realidad política, a las injusticias, a los engaños del poder y sus crímenes. (Ahora está bajando otro avión de cuatro turbinas, pero no le alcanzo a ver la cola.) Como ustedes saben, fue la única voz discordante respeto a las causas políticas del atentado contra las Torres Gemelas y alguien que, contra la opinión y el repudio de la clase media, sostuvo que la invasión de Irak era una absoluta locura.
Sin revisar sus libros ahora, puedo anotar de memoria que de ella escuché por primera vez la referencia a la "civilización blanca occidental" —que había que preservar a toda costa— cuando escribía sobre Palestina o la guerra de Vietnam, en su texto "Viaje a Hanoi". También entendí lo que ella llamaba la "estética del silencio", en relación a los artistas que abandonan sus creatividad, como los escritores (Rulfo entre nosotros) que dejan de escribir. Supe por ella de la existencia del filósofo Cioran, del cineasta Jean-Luc Godard, y fue ella un puente como el de Brooklyn hacia otros escritores: Jean Genet, Claude-Levi Strauss, Lukács, Ionesco, que yo, a esa edad, no conocía.
Esa misma semana, cuando Susan Sontag terminó de estar entre nosotros, me tocó ver una película de Mike Nichols, titulada Wit (ingenio, chispa, rapidez mental), basada en la pieza teatral de Margaret Edson, en la que la actriz principal es Emma Thompson. Es la historia de una profesora de literatura inglesa, una académica de 48 años, soltera, especialista en la poesía de John Donne, el poeta del siglo XVII, autor de varios poemas sobre la muerte.
A la maestra se le diagnostica un cáncer terminal y toda la obra, a partir de su internamiento hospitalario, versa sobre sus últimos días de vida. A veces habla a cámara, es decir, al espectador. Y se va desvaneciendo, poco a poco, minuto a minuto, sola, sin más compañía que la de una enfermera responsable y tierna.
Junto a la cama de la moribunda hay un retrato: el de San Sebastián, atravesado por una lluvia de flechas. Es la misma imagen que aparece destacada en la biblioteca de su maestra, la anciana que al final se presenta en el hospital y ve a su discípula casi inconsciente, en sus últimos instantes. La vieja profesora quita el barandal de la cama y se recuesta junto a ella. Hace a un lado el libro de John Donne que se alcanza a ver en la mesita lateral y mejor le lee un cuento de niños, sobre un conejito, en un libro de Margaret Wise Brown: The runaway bunny.

No comments: