Sunday, April 02, 2006

Muerto en el corazón de los amigos

No es cierto que Leoluca Orlando haya acabado con la mafia en Sicilia. En primer lugar, la mafia siciliana es inextinguible porque tiene su matriz en el seno mismo de la familia siciliana, en la madre, en las relaciones familiares, y por mucho que haya sido efectivamente abatida en los últimos años todavía persiste. Como la hidra. Como el monstruo de la mitología griega en forma de serpiente de siete cabezas que renacían a medida que se cortaban.
En segundo y último lugar, el golpe relativamente mortal que ha recibido la mafia siciliana se ha debido no tanto a la admirable labor del exalcalde de Palermo, Leoluca Orlando, sino a la larga batalla del Estado italiano desde que en los años 60 se formó la primera Comisión Antimafia. Y sobre todo a la lucha sin cuartel que de 1978 a 1991, como Procurador de la República y juez instructor, emprendió Giovanni Falcone junto con otros representantes del Estado nacional como el juez Paolo Borsellino. El famoso “maxiproceso” instrumentado por Falcone, que llevó a los tribunales a más de 400 jefes mafiosos y en el que Orlando puso a la ciudad de Palermo como parte civil, fue uno de los grandes momentos de ese compromiso por preservar la seguridad del Estado.
Otro punto culminante de este combate a fondo contra el crimen tuvo lugar en 1993 cuando un escuadrón de carabineros, comandado por un muchacho de 27 años, detuvo al capo Salvatore Riina que tenía 23 años de fugitivo, un año después de que Falcone, su esposa y sus escoltas, y poco después el juez Borsellino, hubieran sido asesinados por la mafia en dos atentados. La condición invencible de la mafia estaba dada por su complicidad con el gobierno de la Democracia Cristiana, pero a partir de 1992 el gobierno italiano ya no pudo seguir haciéndose de la vista gorda y ordenó el envío de siete mil soldados a Sicilia, entre ellos a dos mil paracaidistas.
Con todo, sería injusto escatimarle méritos a la gestión municipal de Leoluca Orlando en Palermo. Luego de la batida judicial federal que duró más de treinta años, el alcalde frenó la especulación inmobiliaria de la mafia en la isla, logró que sus bienes fueran incautados y sus cuentas bancarias congeladas. Fundó en 1993 el Instituto Renacimiento, un proyecto de participación ciudadana que promueve una cultura de la legalidad, y a partir de su idea empezaron a proliferar organizaciones civiles destinadas a combatir la omertà (que quiere decir hombría), la ley del silencio.
Sin llegar a extirparla, Orlando y los grupos no gubernamentales han llegado a mitigar el crecimiento de la mafia, que en muchas ciudades sicilianas sigue cobrando el pisco, la cuota de protección.
Algunas ciudades mexicanas, como Tijuana, Ciudad Juárez, la delegación Iztapalapa en el DF, e incluso el secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, han mostrado interés en aprovechar la experiencia del exalcalde palermitano. La intención no parece ser mala y es digna de todo apoyo como lo es cualquier esfuerzo, por utópico que parezca, de reducir la criminalidad, el problema más grave del país.
Sin embargo, y justamente para promover esa cultura de la legalidad, para entender de qué manera los mexicanos viven la ley, para analizar por qué a nuestros funcionarios (como a los secretarios de Gobernación y de Comunicaciones) les falta el sentido del Estado como valor interiorizado, es necesario leer la historia y ver cuál es la diferencia entre la ideosincracia de los mexicanos y la de los sicilianos. Por principio de cuentas, los carabineros no torturan. La policía italiana no asalta. No roba, no secuestra, no prefabrica delitos.
Y otra cosa: la mafia siciliana no es lo mismo que la “mafia” mexicana. En el Noroeste mexicano, en Colombia, se le llama por extensión “mafia” al crimen organizado —o desorganizado, como dice Jesús Blancornelas—, pero el fenómeno de la criminalidad siciliana esta arraigado en la familia y no es tan ancestral como se cree: apenas se tiene registro de su historia desde hace unos 200 años, cuando en Sicilia, a principios del siglo XIX, reinaban los Borbones españoles.
La mafia siciliana es una sociedad secreta y comporta un pacto de sangre. Cuando el sobrino de un mafioso jura lealtad a Cosa Nostra se pincha el dedo pulgar con una espina de naranjo y con la gota de sangre mancha una imagen de la virgen de Santa Rosalía, patrona de Palermo, le prende fuego y mientras se quema pronuncia una frase ritual que lo obliga a guardar la omertà. De violar esta ley, “muere en el corazón de los amigos”, es decir, queda condenado a muerte.
Pero tal vez el escollo más grande que tengan que salvar las ciudades mexicanas, si quieren imitar lo que se ha hecho en Nueva York o en Palermo, es el problema de la policía. Si en aquellas ciudades el índice de corrupción puede ser del 3 o del 5 por ciento, en México rebasa fácilmente el 90 por ciento.
El Estado mexicano no ha podido resolver, ni siquiera en el régimen de Porfirio Díaz, el problema de la policía y su homologación con la delincuencia. Si no se ha resuelto es porque jamás, en ninguna parte ni en ninguna época, se ha hecho el más mínimo esfuerzo por resolverlo.
O como escribía Rodolfo Peña:
“Para decirlo pronto, la policía no es ningún problema: para los poderes (la sociedad política, los dueños de la riqueza, las iglesias) la policía es una necesidad, una garantía de preservación y reproducción, como cualquier otro cuerpo coercitivo.”

1 comment:

Anonymous said...

MANIFESTACION PACIFICA ANTE OFICINAS DE HALLIBURTON EN MEXICO, QUE RESPALDARON LA CANDIDATURA DE FECAL A TRAVES DE LUIS TELLEZ K, FUNCIONARIO DEL GRUPO CARLYLE, EX SECRETARIO DE ENERGIA DE ERNEZTO ZEDILLO

VIERNES 27 JUL 13 HORAS
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