Friday, April 25, 2008

La matriz ideológica



Debemos abrirles a los jóvenes
[mexicanos] ambiciosos las
puertas de nuestras universidades
y hacer el esfuerzo de educarlos
en el modo de vida americano,
según nuestros valores y en el
respeto del liderazgo de los
Estados Unidos.

—Robert Lansing
Secretario de Estado
Washington, 1925



Recuerdo que en los años 60 y en la Zona Rosa, como muchos otros que se dedicaban a ligar gringas, Eduardo Farra le decía a una muchacha texana que él se llamaba Eduardo Pemex. Claro, muy pronto, la jovencita cortejada preguntaba.
—Oye, ¿y tú que tienes que ver con esas gasolineras Pemex?
—Es el negocio de mi familia —le contestaba Eduardo, su Fálica Excelencia, según le decían.


Ahora que un funcionario público lo mismo puede ser político que hombre de negocios no extraña tanto que tengan una preparación semejante, por lo general en Estados Unidos. No van a estudiar administración pública en París ni economía en la London School of Economics. No. Más bien van a tomar algunos cursillos de contabilidad o de “administración de empresas”, como hizo Juan Camilo Pemex en una modesta universidad de Orlando, Florida. Estudian cómo hacer un cheque.
Es algo que viene sucediendo desde los años del presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928) o desde los tiempos en que Manuel Gómez Morín (fundador del PAN) se entrena en Nueva York como agente financiero del gobierno mexicano y se prepara para la instauración del Banco de México en 1925. A uno de sus directores, a Rodrigo Gómez, regiomontano, también le encantaba la escuela norteamericana. Los gringos, caray, decía, son la pura perinola.
A partir de entonces se establece implícitamente que México habría de integrarse en muchas instancias a Estados Unidos, y no sólo en la esfera económica. De hecho, desde el punto de vista militar y energético, México es —en la estrategia geopolítica estadounidense y en cuestiones de “seguridad nacional”— parte de la Unión Americana.
Pues, bien el personaje de nuestro epígrafe, Robert Lansing, anduvo en los corredores del poder en los años 20. Fue secretario de Estado del presidente Wilson y juntos manejaron la diplomacia en tiempos de la primera guerra mundial. Era un hombre educado y de buena fe, más que de mediana formación intelectual, muy dado a la reflexión política y a la especulación histórica. Sabía de qué hablaba y hablaba con la natural prepotencia del imperio:
“México es un país extraordinariamante fácil de dominar. Basta con controlar a un solo hombre: el Presidente de la República. Tenemos que abandonar la idea de poner en la Presidencia mexicana a un ciudadano estadounidense, ya que se llevaría otra vez a la guerra. México necesitará administradores competentes. Con el tiempo esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se
apoderarán de la Presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispara un tiro, harán lo que nosotros queramos.” No ignoraba que había que cultivar al gringo que todo mexicano lleva adentro.
Se sabe que en Inglaterra o en Bélgica las universidades confeccionas cursillos especiales y breves para los muchachos ricos del Tercer Mundo, hijos de los políticos que gobiernan en África, Asia, los países árabes o los de América Latina. No es mala inversión entenderse con un presidente que estudió en Cambridge. Se facilitan las cosas. Se comparte la misma mentalidad, la misma escala de valores. ¿Qué tal si un egresado de University College resulta de pronto ministro del petróleo en Kuwait o en Nigeria?
Las universidades norteamericanas cuentan entre las mejores del mundo, Cornell, Columbia, Stanford, Princeton… En ellas se forma el ejército más importante de los Estados Unidos: los jóvenes competitivos y estupendamente preparados. Son universidades serias: le dan un lugar preeminente a la ciencia y a la investigación. No son como muchas de nuestra múltiples y pequeñas universidades privadas —vendedoras de títulos— en las que es imposible estudiar astronomía, matemáticas, física, biología, neurofisiología, ciencias químicas y no sólo “de la comunicación”.
Viene, pues, todo esto al caso por la propensión que tiene el mexicano de sobrevalorar todo lo extranjero y menospreciar todo lo propio. El extranjero siempre es mejor. En cuanto tiene éxito una empresa mexicana (bancos, tequila, miel de abeja para pankakes, nopales, hoteles), lo primero que hacen sus dueños es venderla al extranjero. El día menos pensado hasta las taquerías serán manejadas por transacionales. Y quienes trabajan aquí para esas empresas suelen ser más leales a sus compañías que a su propio país. ¿Qué lealtad podría esperarse de ellos si se asocian a la Texaco o a la British Petroleum?
El joven empresario (heredero generalmente de una fortuna no siempre bien habida) o el empresario mexicano se desliza de modo natural y embelesado en el sentido común de la cultura norteamericana. En la universidad se aprende a leer y a escribir, pero sobre todo a pensar. Y entre los 22 y los 28 años, el muchacho de hace hombre pensando en inglés. Lo mismo sucede con los locutores, no sólo con los empresarios, que nunca como ahora se han asumido como los guías espirituales de la nación.
De ahí que no se trate de ningún traidor a la patria sino de alguien cuya visión del mundo —su ética, su racionalidad, su lógica, su sintaxis, su sentido común— ha sido moldeada en la matriz ideológica de la universidad estadounidense.

http://resistenciamattei.blogspot.com/

Friday, April 11, 2008

El Complejo Propagandístico Empresarial


Son los dueños del país. Los empresarios no tienen murallas. Los locutores son sus murallas. Un verdadero ejército de locutores, en cadena nacional, en radio y televisión, las 24 horas de la jornada, están en los micrófonos para defender a los alrededor de 25 grupos que ya están directamente en el poder. México es un país tomado -ocupado- por unos 25 grupos de políticos, empresarios y narcotraficantes. Ya no se gobierna en función del interés general o del bien común. Se gobierna para satisfacer y defender a estos grupos. Luego entonces: en México ya no existe el Estado.

La industria de la trivialidad

Y si medimos el nivel cultural
del país, no es para echar las
campanas al vuelo. Ni siquiera
hay que salir de casa para darse
cuenta, basta con pegar el oído
a los medios de comunicación, ver
la televisión o escuchar la radio,
a los que la gente se asoma para
decir pendejadas del más variado
pelaje con el beneplácito de los
conductores de programas.
Ese televidente invitado y ese
radioyente cada día es más zoquete,
desinformado, salvapatrias,
agresivo y pelmazo.
Siento decirlo pero nuestros
afamados medios de comunicación
fomentan la cría de
ciudadanos deslenguados,
vocingleros y mamarrachos.

—Juan Marsé

Por un juego de palabras



Permítaseme hablar
de mi gato, antes
de que la ruina
ecológica lo extinga.

Raúl Renán
, Felis Catus



Pocos escritores resisten la tentación de hacer un juego de palabras. Son capaces de arriesgar la vida con tal de enlazar dos o tres palabras que provoquen un sentido nuevo o una ironía. No pueden reprimir ese deseo. Siempre están haciendo juegos de palabras, aunque les vaya la vida de por medio.
Han pasado ya veinte años desde el asesinato —a manos de los guardaespaldas de Jorge Hank Rhon, en Tijuana, el 20 de abril de 1988— de Héctor Félix Miranda, mejor conocido entre sus amigos y la gente que lo quería como El Gato. Se han cumplido ya veinte años de impunidad, según las reglas de la “justicia” muy especiales que se conceden, en México, a los miembros de la clase dominante.
Aquella mañana del 20 de abril de 1988, Antonio vera Palestina, Victoriano Medina y Emigdio Nevárez, en un pick up y un Trans Am, encajonaron el automóvil que manejaba Héctor Félix Miranda y lo asesinaron de varios escopetazos, de arriba abajo, a una inclinación de unos 45 grados. Victoriano Medina se colocó en su Trans Am delante del LTD del periodista, para bloquearlo, mientras Nevárez conducía el pick up y Vera Palestina accionaba la escopeta.
Victoriano Medina fue sentenciado a 27 años de cárcel; Vera Palestina, a 25, y Emigdio Nevárez fue asesinado el 24 de julio de 1992, cuatro años después del homicidio, cuando de pronto se apareció por Tijuana “para cobrar una deuda”. Un hijo de Vera Palestina trabaja actualmente como pistolero de Jorge Hank Rhon.
Los tres gatilleros del Hipódromo de Agua Caliente (único hipódromo del mundo en el que no hay carreras de caballos, materia de su concesión) fueron formalmente considerados por los jueces como los autores materiales del crimen y al caso se le dio carpetazo. No se quiso demostrar la autoría intelectual del asesinato pues Hank Rohn gozaba, al menos por los siguientes seis años, de la protección del presidente Carlos Salinas de Gortari.
El periodista, codirector del semamanrio Zeta junto con Jesús Blancornelas, iba a cumplir 48 años (ahora tendría 68), había empezado trabajar como contador de un periódico de Tijuana y le entró el gusto de ponerle pies a las fotos y de escribir una columna de comentarios deportivos, “Un poco de algo”, que más tarde se volvió de denuncia y sátira políticas, y que tal vez —por hacer un juego de palabras— hubo de costarle la vida.
Jesús Fregoso Hernández, jefe del departamento de fotolito del vespertino Baja California, que dirigía Ricardo El Yuca Gibert, fue el que le puso El Gato, en alusión al Gato Félix de las tiras cómicas norteamericanas y además porque bien podía decirse que el contador periodista tenía cara de gato. Se apellido Félix —muy frecuente en el norte de Sinaloa— embonaba de manera natural con el apelativo del personaje creado por el australiano Otto Messmer en 1923 y que tomaba su nombre del latín felis catus que en zoología se utiliza para designar al gato doméstico, Felix the Cat.
“Yo tengo siete vidas como los gatos, pero ya no sé cuántas me quedan”, había dicho Héctor Félix Miranda apenas el 12 de marzo de 1988 en una recepción en el hipódromo de Agua Caliente —donde era muy conocido— durante la coronación de una Miss Turismo.
Sardónico, satírico, burlón, despiadado, sin pelos en la lengua, insobornable, malhablado y mal escrito, Héctor Félix Miranda era indudablemente el periodista más popular en el noroeste en aquellos años.
Hablaba por los que no tenían voz en Tijuana y en su propio lenguaje, con sus mismas palabras, con sus idénticas, furiosas, indignadas, irreverentes, desesperadas “malas” palabras. “Uso las malas palabras para ver si la gente reacciona”, decía.
Usaba el lenguaje de la tribu.
Su capacidad de convocatoria era impresionante: en dos semanas podía recolectar, desde y con su columna, 50 mil dólares para la operación de un niño prácticamente desahuciado. Era un tribuno de la plebe.
Cuando yo volví de Tijuana, a donde me había enviado la revista Proceso, me costaba trabajo redactar mis impresiones. Se me ocurrió entonces hablar con un abogado, Juan Velázquez, muy conocido por su defensa de criminales de Estado, y de manera ingenua le pregunté:
—Oye, si en México eres hijo de un secretario de Estado y mandas matar a un periodista ¿realmente no te pasa nada?
—En México —me contestó Juan Velázquez— si eres hijo de un secretario de Estado puedes matar o mandar matar a tres periodistas y no te va a pasar nada.
Dada la ya desde entonces desprestigiada administración de la justicia en México, que para no pocos sigue siendo de risa loca, en un país en el que se vive cada más la desaparición del Estado, era normal que en Tijuana se barajaran varias conjeturas sobre los verdaderos motivos que llevaron al asesinato del Gato. La manipulación oficial despierta la imaginación colectiva.
La fantasía popular, casi siempre, abunda en hipótesis cuando ya no es posible creer en la estructura judicial y política que no persigue el delito sino, más bien, lo encubre. Y una de esas fantasías que más me atrajo —por su connotación literaria, por el hecho mismo de esbozar una estupenda idea novelesca— fue la del juego de palabras. El Gato había escrito en una de sus columnas “Algo de algo” previas a su muerte —cuando varios elementos adelantados del Estado Mayor presidencial ya estaban en Tijuana y preparaban la visita del candidato Salinas de Gortari— unas palabras tan aterradoras como siniestras e irónicas, muy a su estilo:
“Como ahora les gusta matar gatas, a la mejor me matan a mí. Pero como soy el gato y tengo siete vidas, ahí nos vemos la semana que entra.”


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