Friday, April 11, 2008

Por un juego de palabras



Permítaseme hablar
de mi gato, antes
de que la ruina
ecológica lo extinga.

Raúl Renán
, Felis Catus



Pocos escritores resisten la tentación de hacer un juego de palabras. Son capaces de arriesgar la vida con tal de enlazar dos o tres palabras que provoquen un sentido nuevo o una ironía. No pueden reprimir ese deseo. Siempre están haciendo juegos de palabras, aunque les vaya la vida de por medio.
Han pasado ya veinte años desde el asesinato —a manos de los guardaespaldas de Jorge Hank Rhon, en Tijuana, el 20 de abril de 1988— de Héctor Félix Miranda, mejor conocido entre sus amigos y la gente que lo quería como El Gato. Se han cumplido ya veinte años de impunidad, según las reglas de la “justicia” muy especiales que se conceden, en México, a los miembros de la clase dominante.
Aquella mañana del 20 de abril de 1988, Antonio vera Palestina, Victoriano Medina y Emigdio Nevárez, en un pick up y un Trans Am, encajonaron el automóvil que manejaba Héctor Félix Miranda y lo asesinaron de varios escopetazos, de arriba abajo, a una inclinación de unos 45 grados. Victoriano Medina se colocó en su Trans Am delante del LTD del periodista, para bloquearlo, mientras Nevárez conducía el pick up y Vera Palestina accionaba la escopeta.
Victoriano Medina fue sentenciado a 27 años de cárcel; Vera Palestina, a 25, y Emigdio Nevárez fue asesinado el 24 de julio de 1992, cuatro años después del homicidio, cuando de pronto se apareció por Tijuana “para cobrar una deuda”. Un hijo de Vera Palestina trabaja actualmente como pistolero de Jorge Hank Rhon.
Los tres gatilleros del Hipódromo de Agua Caliente (único hipódromo del mundo en el que no hay carreras de caballos, materia de su concesión) fueron formalmente considerados por los jueces como los autores materiales del crimen y al caso se le dio carpetazo. No se quiso demostrar la autoría intelectual del asesinato pues Hank Rohn gozaba, al menos por los siguientes seis años, de la protección del presidente Carlos Salinas de Gortari.
El periodista, codirector del semamanrio Zeta junto con Jesús Blancornelas, iba a cumplir 48 años (ahora tendría 68), había empezado trabajar como contador de un periódico de Tijuana y le entró el gusto de ponerle pies a las fotos y de escribir una columna de comentarios deportivos, “Un poco de algo”, que más tarde se volvió de denuncia y sátira políticas, y que tal vez —por hacer un juego de palabras— hubo de costarle la vida.
Jesús Fregoso Hernández, jefe del departamento de fotolito del vespertino Baja California, que dirigía Ricardo El Yuca Gibert, fue el que le puso El Gato, en alusión al Gato Félix de las tiras cómicas norteamericanas y además porque bien podía decirse que el contador periodista tenía cara de gato. Se apellido Félix —muy frecuente en el norte de Sinaloa— embonaba de manera natural con el apelativo del personaje creado por el australiano Otto Messmer en 1923 y que tomaba su nombre del latín felis catus que en zoología se utiliza para designar al gato doméstico, Felix the Cat.
“Yo tengo siete vidas como los gatos, pero ya no sé cuántas me quedan”, había dicho Héctor Félix Miranda apenas el 12 de marzo de 1988 en una recepción en el hipódromo de Agua Caliente —donde era muy conocido— durante la coronación de una Miss Turismo.
Sardónico, satírico, burlón, despiadado, sin pelos en la lengua, insobornable, malhablado y mal escrito, Héctor Félix Miranda era indudablemente el periodista más popular en el noroeste en aquellos años.
Hablaba por los que no tenían voz en Tijuana y en su propio lenguaje, con sus mismas palabras, con sus idénticas, furiosas, indignadas, irreverentes, desesperadas “malas” palabras. “Uso las malas palabras para ver si la gente reacciona”, decía.
Usaba el lenguaje de la tribu.
Su capacidad de convocatoria era impresionante: en dos semanas podía recolectar, desde y con su columna, 50 mil dólares para la operación de un niño prácticamente desahuciado. Era un tribuno de la plebe.
Cuando yo volví de Tijuana, a donde me había enviado la revista Proceso, me costaba trabajo redactar mis impresiones. Se me ocurrió entonces hablar con un abogado, Juan Velázquez, muy conocido por su defensa de criminales de Estado, y de manera ingenua le pregunté:
—Oye, si en México eres hijo de un secretario de Estado y mandas matar a un periodista ¿realmente no te pasa nada?
—En México —me contestó Juan Velázquez— si eres hijo de un secretario de Estado puedes matar o mandar matar a tres periodistas y no te va a pasar nada.
Dada la ya desde entonces desprestigiada administración de la justicia en México, que para no pocos sigue siendo de risa loca, en un país en el que se vive cada más la desaparición del Estado, era normal que en Tijuana se barajaran varias conjeturas sobre los verdaderos motivos que llevaron al asesinato del Gato. La manipulación oficial despierta la imaginación colectiva.
La fantasía popular, casi siempre, abunda en hipótesis cuando ya no es posible creer en la estructura judicial y política que no persigue el delito sino, más bien, lo encubre. Y una de esas fantasías que más me atrajo —por su connotación literaria, por el hecho mismo de esbozar una estupenda idea novelesca— fue la del juego de palabras. El Gato había escrito en una de sus columnas “Algo de algo” previas a su muerte —cuando varios elementos adelantados del Estado Mayor presidencial ya estaban en Tijuana y preparaban la visita del candidato Salinas de Gortari— unas palabras tan aterradoras como siniestras e irónicas, muy a su estilo:
“Como ahora les gusta matar gatas, a la mejor me matan a mí. Pero como soy el gato y tengo siete vidas, ahí nos vemos la semana que entra.”


http://horalelobo.blogspot.com/

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