Thursday, October 26, 2006

Un lugar complicado

Natalia Mendoza ha hecho un estudio sobre los no invisibles efectos que el narcotráfico ha tenido en la moral de un pueblo sonorense. Cuando presenta su tesis con este tema en el Colegio de México, antepone a su título las siguientes palabras: “Un lugar complicado”. Se trata de una noción procedente de la etnografía, disciplina que se ocupa de las tradiciones y las costumbres de los pueblos.
Este es el título completo:
“La intimidad del desierto. Moral, identidad y tráfico de drogas en un lugar complicado.”
Pero dentro de las costumbres y la moral ambiente alteradas en los últimos 25 años, prácticamente de una generación a otra, lo que se palpa de manera concreta son los cambios que se van dando en las relaciones laborales, entre patrón y empleados, pero también en la dinámica interna del grupo familiar. Nadie se alarma ya de que quiera casarse con la hija de uno un muchacho evidentemente involucrado en el tráfico de drogas. Uno de esos jóvenes que desaparecen de pronto una temporada y luego vuelven con camioneta nueva, botas de 500 dólares, y la cartera repleta. Todavía hace veinte años, un pretendiente semejante podría despertar objeciones entre los miembros de la familia. Ahora no. Incluso entra dentro del orden natural de las cosas que la novia se vuelva viuda en unos cuantos años, viuda joven y tal vez rica.
A pesar de que ha escrito su tesis para obtener el título de licenciada en Relaciones Internacionales, Elsa Natalia Mendoza Rockwell ha optado por un acercamiento etnográfico a esta zona del planeta que se encuentra a un paso de la frontera entre Sonora y Arizona. Ha creído pertinente desmarcarse de las elaboraciones metodológicas y demasiado abstractas para tender un cable a tierra y estudiar en vivo, a ras del suelo, lo que está sucediendo en Santa Gertrudis, porque lo cierto es que un estudio etnográfico permite entender cosas sobre el tráfico de drogas: la forma en que se arraiga localmente, su interferencia con otros asuntos de la vida comunitaria y las transformaciones que impone. “Permite mostrar la naturaleza porosa de lo que llamamos crimen organizado y poner en duda la imagen mediática que muestra a los cárteles como organizaciones impermeables divorciadas de las sociedades que las albergan.”
El narcotráfico no es sólo lo que los grandes capos y los políticos manejan como negocios de altura, campañas políticas electorales y muy altas finanzas legalizadas. El narcotráfico también es, en la vida cotidiana, el mundo de los burreros (en Tijuana se les dice burros) que cargan veinte kilos de mariguana en fila india a través de la frontera sin averiguar de quién son. O el de la una pareja que, para reunir el dinero suficiente para su boda, decide pasar 50 kilos de mariguana escondidos en el compartimiento secreto de un pick-up. A ese paquete escondido le llaman “clavo”.
¿Localmente se acepta el narcotráfico como una actividad legítima? ¿Qué posición ocupan las personas dedicadas al tráfico de drogas en la estructura social local? En realidad no hay un modelo sencillo que explique la relación de la comunidad con el tráfico de drogas; todo depende y todo está en discusión. Lo importante es entender la mentalidad del pueblo que le da cobijo. ¿Es bueno? ¿Es malo? ¿Es relativo? Según y cómo.
Santa Gertrtudis también es un lugar de paso: de tráfico de personas. Y es sobre todo la inmigración —en el pueblo todo mundo está haciendo negocio con comidas y hospedaje y lo que derraman en dinero los polleros— y no el narcotráfico lo que produce en la población la sensación de que todo el antiguo orden se está derrumbando. También la migración se vive como una amenaza directa a la comunidad.
Luego vienen unos capítulos sobre el beisbol, las carreras de caballos, las peleas de gallos y una exposición sobre el narcotráfico y la participación política.
Si Natalia Mendoza se atreve a hablar de cultura ranchera o cultura del tráfico de drogas en Santa Gertrudis, el pueblo de su familia paterna, es porque con ello entiende y desglosa la producción histórica, siempre conflictiva y ambigua, de significados y prácticas.
Santa Gertrudis tiene una atmósfera de “viejo oeste moribundo”. Tiene entre siete y catorce mil almas y es un pueblo poco adornado y con un verano de siete meses. Es un pueblo con orgullo ranchero, pero con la mitad de las hectáreas de riego semiabandonadas. Sus pobladores tienen vocación de ganaderos, pero tienen pocas vacas. Antes en Hermosilllo no se vendían boletos de autobús para Santa Gertrudis: tenía que pedírsele al conductor que, por favor, se detuviera junto a la iglesia.
Como en muchas ciudades del norte, al automóvil es un signo de identidad personal y de status social. Es mucho más que un medio de transporte enajenante e individualista. La gente se reconoce por el auto, se saluda de carro a carro con un sonido o un cambio de luces. En los autos se dan las conversaciones más íntimas, los negocios, el consumo de alcohol y de drogas, la seducción y las relaciones extramaritales.
Pero lo más importante es ir a “dar la vuelta". Se sabe de una familia que vivía en un rancho muy apartado. Los domingos, después de bañarse y vestirse bien, se subía la mitad de la familia a la camioneta, daba vueltas alrededor del rancho y saludaba desde el vehículo a la otra mitad del rancho que se sentaba enfrente de la casa para verlos pasar.


Tuesday, October 17, 2006

El yo fabulador

Cuanto se recuerda en la
vida adquiere con el tiempo,
precisamente por ser recordado,
un carácter narrativo, y acaba
viéndose, según el caso, como una
película, una novela o un relato.

—Javier Marías


Uno tiende a inventar y a contar mentiras no con el fin de engañar o proceder de mala fe sino para no dejar morir su imaginación. Tiene uno necesidad de referir historias, de contar para ser, porque por alguna enigmática razón sólo el trabajo de la memoria trastocada en narración es la que nos da una idea de quiénes somos: atañe esta labor narrativa a nuestra identidad personal. ¿Quién soy yo? ¿Cómo soy para mí mismo? ¿Cómo soy para los demás? ¿La idea que tengo de mí coincide con la idea que los demás tienen de mí?
Desde niños tenemos hambre de historias. Queremos que nos cuenten cuentos antes de pasar a ese otro mundo que es el sueño. Porque es posible que nuestra representación del mundo esté estructurada como una narración. Hay lingüistas que dicen —Mark Turner, por ejemplo— que siempre que hablamos estamos contando una historia. Digamos lo que digamos estamos desgranando una anécdota mientras introducimos y sacamos personajes, como si actuara en nosotros una cierta predisposición genética innata hacia la narración. Por eso el filósofo John Searle afirma que el lenguaje nos constituye y cohesiona a la sociedad:
“Los animales tienen grupos sociales, pro no tienen nada parecido a la civilización humana. ¿Por qué? Porque ésta es la consecuencia del lenguaje. El lenguaje no sólo facilita la civilización, sino que la crea. El dinero, las vacaciones, el gobierno, el matrimonio… todo está constituido por el lenguaje. El lenguaje es lo fundamental en las relaciones humanas.”
El gran escritor norteamericano William Maxwell, autor de la novela Adiós, hasta mañana (editorial Siruela) sostiene que lo que atribuimos a la memoria es una forma de narración que se desarrolla en la mente y se transforma al ser contada.
Jesús Ramírez Bermúdez, novelista y neurólogo, acaba de publicar su primera novela: Paramnesia (editorial Random House Mondadori). En una reciente conversación con Arturo García Hernández habla precisamente del acto de narrar o contar una historia. Habla de los juegos que ocurren en nuestra memoria cuando narramos algo:
“Cuando contamos algo nos decoramos a nosotros mismos; se da toda una distorsión de la memoria no por razones aleatorias, sino por ciertas necesidades de la identidad personal. Nos creamos una identidad y tenemos que mantenerla a toda costa, aunque a veces se disocie de lo que somos.” Y es que Jesús Ramírez Bermúdez sabe que la memoria inventa y no reproduce como cuando uno pone en funcionamiento un disco. La memoria es humana y por tanto sentimental. No puede separarse de la emoción.
Lo acaba de contar el novelista alemán Günter Grass. Casi todos sus libros son autobiográficos, pero en Pelando la cebolla habla de lo que nunca dijo.
Siempre había tenido grandes reservas a escribir algo autobiográfico:
“El autor tiene que trabajar con sus recuerdos, con su memoria. Y sabemos que la memoria tiende a embellecer situaciones, a presentar cuestiones muy complejas de una forma lo suficientemente simple como para hacerlas narrables.”
De ahí la desconfianza hacia la propia capacidad de memoria y hacia sus recuerdos. Grass quería escribir a un tiempo, tenía que ser una narración rota. Y con el tiempo le fue cogiendo gusto a esta forma de narrar porque le fue quitando las capas a la cebolla y leyendo cosas entre ellas. “Pero además se hacía posible algo nada fácil, que era coger a aquel niño del año 1939, una persona tan lejana ya de mí, y entrar en conversación con ella.”
Seguimos siendo como niños: a todas horas inventamos nuestra realidad. Dice Detlev Ganten que para ver el papel de la imaginación en la memoria no hay nada mejor que escuchar a los niños narrando sus experiencias.
Sin embargo, en la creación de la obra artística literaria —hecha en el silencio y en la soledad— parece que las cosas suceden de otra manera; al menos no tan deliberada y consciente. Hay quien cree que el yo más profundo del escritor es el que se manifiesta a la hora de escribir.
“La idea que recorre como una iluminación Contre Saint Beuve, y de hecho toda la novela En busca del tiempo perdido, es que quien ha escrito un poema o una obra que nos han conmovido no es esa misma persona de la que conocemos sus relaciones sociales, sus hábitos y la vida que ha llevado entre los hombres.”
Así lo dicen Antonio Mari y Manuel Pla en el prólogo a Contra Sainte-Beuve. Recuerdos de una mañana, el libro de Marcel Proust recientemente reeditado por Tusquets. Según ellos, el escritor es aquel que, en soledad y silencio, ha sido capaz de descubrir el secreto que se esconde en su interior, y que nunca habría podido conocer, ni dar a conocer, si no hubiera tenido la posibilidad de darle forma mediante la escritura.
El “yo” que escribe no es el “yo” que vive entre las cosas del mundo. El “yo” del artista es un yo interior, íntimo y particular, que busca expresarse y que jamás llega a establecer relación alguna con el yo histórico, mundano y contingente.
El que escribe es otro yo. Ni siquiera es el yo que se manifiesta en la pareja sexual. El otro yo es el que verdaderamente escribe y queda plasmado entre las páginas del libro.


http://campbellobo3.blogspot.com/ [Padre y memoria]




Oro azul

Maude Barlow y Tony Clarke, que han dedicado su vida en Canadá a la batalla ecológica por un mundo más habitable, llaman la atención sobre la posibilidad —muy real, muy previsible— que de que en dos o tres décadas más el planeta deje de tener agua suficiente. Su muy bien documentada argumentación se encuentra en Blue Gold: The Fight to Stop the Corporate Theft of the World's Water. Ed. The New Press New York, 2002
Su alarma no es sólo suya. Un vicepresidente del Banco Mundial advirtió el año pasado:
"Las guerras del siglo que viene serán sobre el agua."
La crítica más acuciosa de los autores apunta a las grandes empresas transnacionales que comercian con el agua potable, como Evian, Coca Cola, PepsiCo, Naya. Al paso que vamos, estrenando el siglo, la dotación natural de agua será insuficiente. Por lo pronto en Inglaterra y Francia, donde el agua ya se ha privatizado (como en Argentina), empieza haber algunos signos de escasez. Diez son las compañías que dominan el mercado internacional y entre ellas las que se llevan la parte del león son dos francesas: Suez y Vivendi.
Otros libros —como Water, de Marq de Villier, Cadillac Desert, de Marc Reisner, y Every Drop for Sale, de Jeffrey Rothfeder— se han ocupado del mismo tema, pero Blue Gold se distingue por el análisis económico del agua como un recurso a la baja.
Las empresas de agua embotellada, en cuanto a utilidades, son de las de mayor crecimiento hoy en día y las reglamentaciones nacionales que intentan regirlas abundan en huecos legales. Compran a los estados los derechos para explotar los flujos de agua "fresca y natural" al tiempo en que se empiezan a secar no pocas fuentes.
Amparados en la libertad comercial y el "espíritu de nuestra época", el mercado libre comúnmente aceptado según el "consenso de Washington", las transnacionales del agua toman poco en cuenta los problemas derivados de las sequías y el control de las aguas destinadas al riego en las zonas agrícolas. No atienden el interés general de la población ni les inquieta el hecho de que el consumo mundial de agua se duplique cada veinte años, más del doble de la tasa de crecimiento poblacional.
Contra lo que podría presumirse —por la abundancia de lluvias en muchas áreas del globo, y la capacidad cíclica de la Tierra para recuperarse—, los autores abundan en datos que ilustran el descontrol y el abuso de las transnacionales y sostienen que la oferta natural hidrográfica no es inagotable. Creen que el agua no debe privatizarse. Ya se está viendo, añaden, que las familias pobres pagan más por el agua que sus vecinos ricos. Coca Cola y Pepsi, además, ya se apropian de los suministros municipales. Por otra parte, el problema no está disociado del de la contaminación de las presas, los lagos y los ríos. Todo es ganancia. Hasta por el agua potable tenemos que pagar.
Y es que el agua, dicen, no se puede tratar igual que otros recursos, como una simple mercancía. Aparte de una necesidad, el agua es un derecho. Es un error que algunos gobiernos concedan el control de los derechos del agua a las grandes corporaciones. Es un error que en los tratados comerciales, como el celebrado entre México y Estados, se abra la posibilidad legal de hacer concesiones de agua a los comerciantes.
Su proposición plantea varias metas que hay que alcanzar; sugiere una estrategia para legislar correctivamente el problema, y toma en cuenta la participación de las organizaciones ciudadanas.
El enfoque de la obra es económico y político. Analiza las crecientes ganancias de las empresas y expone datos sobre el impacto ecológico. Con todo, su información no es excesivamente técnica y es comprensible para cualquier lector.
La contribución más importante de la obra es que amplía el nivel de conciencia respecto a la problemática del agua en el mundo.
Una de las críticas que se le han hecho a Blue Gold insinúa que es un poco superficial en el examen de ciertas regiones y que al descargar toda la responsabilidad a los grandes negociantes —los malos de la película— se descuidan otras causas de la crisis del agua en el mundo. Sólo, dicen, se menciona en Blue Gold muy de paso la agricultura, que utiliza el 70 por ciento de los recursos acuáticos. Mejorar los métodos de conservación del agua (racionalizando los sistemas de riego o promoviendo el goteo al estilo israelita) podría permitir sustanciales ahorros. No se le da, por otra parte, suficiente crédito a organizaciones que se han esforzado por atenuar el desperdicio del agua, ni se pone énfasis en la educación de los consumidores que la desperdician en la vida cotidiana.
El estilo de la exposición es llano y está más cerca del ensayo periodístico que del análisis académico. Tiene cerca de 300 páginas y no se aprecia ningún tramo inútil. Es posible que peque de inexactitud en algunos datos, como los que se exponen sobre el hundimiento de la ciudad de México.
"La ciudad de México, literalmente hablando, se está quedando sin agua. Dicen los expertos que la ciudad podría secarse completamente en los próximos diez años." Y la crisis no se limita a la capital. Los años de sequía han dejado al estado de Sonora "tan seca como un hueso".
Lo que se subraya en el libro es el reconocimiento del agua como parte esencial de la vida y el derecho de todo ser humano al agua, independientemente de su status social o económico.

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La degradación de la Condesa

El deterioro de la colonia Condesa en el DF nos ha puesto a reflexionar no sólo en la serie de estructuras abusivas bajo las que vivimos todos los mexicanos sino en la inexistencia misma del Estado. El Estado ya no existe cuando en lugar de atender al bien común se gobierna a favor de intereses particulares y de grupo. Cuando la autoridad legal y legítima no puede o no quiere ponerle límites a la codicia insaciable de los comerciantes entonces sucede que quienes verdaderamente gobiernan la ciudad son los comerciantes.
En el caso particular de esta muy habitable y encantadora zona del DF es paradigmático, a nivel micropolítico, de lo que probablemente esté sucediendo en el cuerpo todo de la nación: unos cuantos grupos de hombres de negocios (que no elegimos) y políticos amigos suyos acaparan todos los contratos oficiales y deciden qué rumbo ha de llevar la economía nacional.
Sucede esto en una época en que predominan los gobernadores, presidentes municipales, secretarios de Estado, diputados, senadores, y jueces de todas las instancias, que están en el poder por el poder mismo: exclusivamente para hacer negocios con sus amigos.
Una de las pruebas de la inexistencia del Estado en México es que antes un telefonazo a Televisa por parte de la Presidencia o de Gobernación ponía a temblar a los ejecutivos del heredero de los Azcárraga. Ahora sucede lo contrario: un telefonazo de uno de los ejecutivos de Televisa a las oficinas de Los Pinos o de Bucareli es el que pone a temblar a los funcionarios.
¿Cuándo es cuando no hay Estado?
Cuando, por ejemplo, un abusivo dueño de estacionamientos decide subir las tarifas de un día para otro. No hay autoridad que se lo sancione y ese comerciante se conduce como le da la gana, es decir, como si no existiera el Estado.
Lo que está sucediendo con la colonia Condesa es que hoy más que nunca la delegación Cuauhtémoc está dado con demasiada facilidad y laxitud permisos (cosa que suele exacerbarse a finales de sexenio) para abrir un bar en cada esquina. La colonia de las jacarandas más bellas del Valle está a punto de convertirse en la nueva Zona Rosa de la capital. Existen en la Condesa bares y cantinas en la vía pública con una beligerancia que no se autoriza ni en la Zona Rosa ni en la avenida Revolución de Tijuana: taburetes y barras en la banqueta.
Esta alteración de la convivencia civil está asociada al momento en que Jorge Hank Rhon, presidente municipal de Tijuana, abrió un negocios de apuestas justo en la intercesión de Tamaulipas y Nuevo León, donde antes estaba el cine Plaza. Los books, el bingo, la cultura del dinero rápido y de la adicción al juego que promueven estos centros autorizados por Santiago Creel cuando creía que iba a ser candidato, empiezan ya a tener su ola expansiva de degradación urbana. Empieza a cambiar el tipo de clientela que antes circulaba por la Condesa. Y todo por eso: porque los comerciantes, en ausencia de la autoridad formal, nos gobiernan. Los comerciantes con sus vallas publicitarias, las mismas que acabaron con la dignidad y el encanto de Polanco; los comerciantes de los valets parking y el racket que establecen con los dueños de restaurantes.
Abusos. Puros abusos. Vivimos en un país en el que lo habitual es el abuso y el sometimiento. Nadie se indigna, ni siquiera cuando le roban unas elecciones presidenciales. Todo mundo se calla y se somete. ¿Por qué? Porque estamos acostumbrados al abuso. Pagamos un servicio de cablevisión y la empresa que da el servicio nos hace ver a fuerzas una cantidad insoportable de anuncios. Si vamos a los cines de Cinepolis o Cinemex, la empresa tiene a bien regañar y ofender al público son su burda propaganda contra la piratería y olvida que ella misa, la empresa michoacana, está abusando de los espectadores cuando le impone a fuerzas la visión de unos anuncios interminables antes de que empiece la película por la que pagaron cuarenta pesos. O sea, les cobran por ver anuncios. Y no hay ley que lo autorice o lo prohíba.
Estos abusos —en un país en el que no existe el Estado o en el que el poco Estado remanente no defiende a sus ciudadanos, de los banqueros extranjeros, por ejemplo— a veces vienen en pareja: Aeroméxico y Mexicana, Televisa y Televisión Azteca, Pepsicola y CocaCola, Compañía de Luz y Fuerza del Centro y Comisión Federal de Electricidad. No veo una pareja de bancos (los abusivos de las tarjetas de crédito), pero me gustaría aparejar a HSBC y a Citibank que en México opera con la careta de Banamex. Cobran lo que les da la gana y no hay Estado que les ponga un límite, acaso porque los consejos coordinadores de empresarios se ponen con su vaquita para la elección de los panistas. Trabajan en parejas, como los policías, que también abusan en la Condesa con sus grúas.
No es agradable reconocerlo, pero la administración pública de cualquier partido, del PAN, del PRI, o del PRD, es igual de mala y abusiva. Los panistas tienen ya veinte años gobernando Baja California y no se ha visto que sean diferentes a los priístas.
Los políticos son los políticos independientemente de la cachucha que se pongan en los mítines.

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El enigma de Calamajué

Federico Cota me escribe desde Tijuana y me dice que ya encontraron el helicóptero.
Hacía catorce años que la nave andaba perdida. El 21 de abril de 1992 desapareció en la sierra de Calamajué, por el rumbo de San Luis Gonzaga, cerca del paralelo 28, en el norte de la península de Baja California, y aparentemente sus tres pasajeros se proponían levantar un censo fotográfico sobre el borrego cimarrón. A bordo viajaban dos funcionarios de la antigua Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue), el biólogo Gonzalo Medina González y el inspector Rafael Rebollar Bustos, y el piloto texano Lloyd Kolbe, excombatiente en Vietnam, que no registró la entrada legal de su Hiller VH—2E en territorio mexicano y despegó desde Caléxico.
Una intensa búsqueda se llevó a cabo entonces por parte del ejército mexicano, la PGR, tres aviones del sheriff de San Diego, dos helicópteros de campaña de la Marina estadounidense y dos aeroplanos de carga Hércules, pero fue en vano. El Ministerio Público Federal consideró improbable que la nave se hubiera hundido en el Golfo de California o que hubiese estallado en el aire.
La noticia sobre el descubrimiento del helicóptero hecho pedazos se dio desde el 16 de septiembre. Prácticamente todos los periódicos sostuvieron que el número de cadáveres era de tres. Sin embargo, los astutos reporteros de La Crónica, de Mexicali, tuvieron a bien incorporar a esta historia un tinte de novela policiaca: de los tres pasajeros sólo se descubrieron dos cuerpos según el número de cráneos rescatados, sin rastros de pertenencias personales, a excepción de unos lentes Ray Ban.
“Personal de la Procuraduría General de Justicia del Estado en Ensenada informó que los restos óseos hallados en la sierra de Calamajué pertenecen a dos cadáveres, lo cual fortalece la teoría de la supervivencia del tercer tripulante del helicóptero Hiller desaparecido en 1992.”
El artefacto fue localizado por unos vaqueros de las inmediaciones de Calamajué entre cañadas inaccesibles. Evidentemente el helicóptero se incendió al rozar las paredes del precipicio. Los animales que habitan la zona habrían dado cuenta de los restos; por ello catorce años más tarde sólo se encuentran un cráneo, un pedazo de mandíbula con un molar, otro trazo de cráneo y restos de huesos que fueron recogidos para la investigación forense.
El sitio donde se desplomó es un predio llamado Latomar, a cuatro horas de camino de la carretera Transpeninsular. En esos días llegaron a Mexicali Darren Kolbe y James Kolbe, hijo y hermano del censador de venados texano Lloyd Kolbe, piloto del Hiller.
Darren Kolbe dijo que en caso de que se confirmara que sólo dos cuerpos habían sido hallados o que uno de ellos no pertenece a Lloyd Kolbe encargarían una investigación para saber qué pasó ese día, puesto que los rancheros del campo Alfonsina’s vieron subir al helicóptero a tres individuos. El hijo de helicopterista dijo que iría a una cierta ciudad de Estados Unidos para hacerse la prueba del ADN a partir de una mínima fracción de los dos cuerpos.
El detective privado Tim Wilson, contratado por la familia Kolbe, afirma que sus según sus investigaciones entre 1993 y 1995 Rafael Rebollar Bustos, inspector de la Sedue, fue visto al menos tres veces con vida en los estados de Sonora y Wyoming. Incluso, en una ocasión fue detenido en un retén de migración donde quedó registrado su nombre completo.
El operativo de 1992 estaba patrocinado por una organización cinegética de California que aportó 54,700 dólares para el proyecto, promovido por el Consejo Nacional de la Fauna, con la idea de estudiar las posibilidades de que se restableciera la cacería del borrego cimarrón, todavía en veda (se llegaba a pagar hasta 50 mil dólares por un permiso subastado en Las Vegas), aunque se cazaba de manera clandestina en las islas Ángel de la Guarda y Tiburón y en las sierras de San Pedro y Calamajué.
El ermitaño Jorge Corral Sánchez vio pasar el helicóptero a las 9:30 de la mañana del 21 de abril de 1992, “con las hélices pandeadas hacia arriba” debido a su sobrecarga. Un pescador, Armando Uribe, vio a mediodía que el Hiller extraviado volaba hacia el este, rumbo a Sonora. Más tarde encontró una banderola triangular, color naranja, amarrada a una vara clavada en la arena de un arroyo. El mecánico del helicóptero desaparecido, Larry, reconoció esa banderola como parte del equipo del Hiller, pero no se detectaron huellas digitales en ella.
Más tarde la Sedue se convirtió en Secretaría de Desarrollo Social (y en esas danzas andaba entonces Luis Donaldo Colosio como secretario y precandidato) y el enigma quedó sin resolverse, a pesar de las especulaciones: se pensaba que tal vez los tripulantes del helicóptero se toparon con una zona prohibida, un proyecto militar, un sembradío de mariguana o unas minas de uranio. También se asociaba el nombre de Raúl Salinas Lozano con la caza del borrego cimarrón o con asociaciones cinegéticas dedicadas a esta especialidad.
Estela Vargas de Rebollar dijo entonces que recibió dos llamadas anónimas el 26 de mayo de 1992, en las que se daba por hecho que su esposo Rafael Rebollar Bustos aún vivía y se encontraba en una cárcel clandestina de Hermosillo.
Se sabe que alguien le había preguntado a Rafael dónde podía cazaba el borrego más grande. “En la isla Tiburón, pero en la costa sonorense”, le contestó. “Allá búsquenlo.”
Unos norteamericanos vieron subir un rifle al helicóptero y un enorme tanque de gasolina extra, con la forma de pago (dos borregos cimarrones) prometida al piloto Kolbe. Con el hecho contundente de no haberlos encontrado en Baja California, se conjeturó entonces que tal vez deberían buscarse en la isla Tiburón, frente a la sonorense bahía Kino o que nunca se sabría nada si cayeron al mar.

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