Thursday, November 09, 2006

La intimidad del desierto

A Marina Ruiz Girón

¿De qué manera el narcotráfico ha incidido en el imaginario colectivo de un pueblo sonorense? Ése es el tema de la tesis de Natalia Mendoza Rockwell:


LA INTIMIDAD DEL DESIERTO. Moral, identidad y tráfico de drogas en un lugar complicado. Reflexión etnográfica.

Su análisis de las percepciones que en el pueblo de Santa Gertrudis se tienen sobre el trabajo, el dinero, los bienes de consumo y la ostentación abre caminos interesantes para el estudio del crimen organizado y su implantación en comunidades específicas en otras ciudades del país. La misma metodología etnográfica podría transferirse a una ciudad fronteriza como Tijuana para estudiar, por ejemplo, cómo la sociedad tijuanense ha asimilado la cultura del narco e integrado en sus esferas más altas a familias y parientes de narcotraficantes. También podría imaginarse un análisis de los cambios que se han producido en la moral ambiente, en las relaciones laborales y amorosas, de todo el país: una suerte de indagación en los cambios de mentalidad a nivel nacional.
¿Qué consecuencias ha tenido la economía criminal en el imaginario colectivo del mexicano?
La estudiante del Colegio de México —que tuvo como director de su tesis a Fernando Escalante Gonzalbo— se acerca a los habitantes de Santa Gertrudis como entrevistadora de campo.

* * *
—¿Al patrón de tu papá lo has visto? ¿Lo has visto?
—Es chaparrito, siempre de trajecito. Nunca en la vida me ha tocado ver a una persona con tanto pinche dinero y que sea tan servicial, tan buena gente. A los burreros les habla de por favor, de usted. Y siempre trajeadito. Es super educado, por eso la gente luego le achaca que es joto. Lo que pasa es que es muy educado y político para hablar.

· * *

—¿Has andado con judiciales?
—Con uno, con E.
—¿Cómo era?
—Es una misma pinche cosa. Yo no hallo mucho la diferencia entre judiciales y narcos. Hacen los mismo. Lo único es que trae charolita.
—¿Cómo era?
—Buena onda, medio mamonsón, típica actitud de mafiosito mamón. Andaba en lo mismo. Aquí nada más se trata de agarrar feria, a la gente le vale madre, Nadie, menos los judiciales, ninguna ley.

* * *

—El dinero del narcotráfico se parece al dinero de las apuestas, que es el otro que no dura y tiende a crear desgracias. No se gana, porque no implica trabajo.

* * *

—El tráfico de drogas ofrece una especie de subsidio, un tiempo de gracia, al viejo estilo de vida; permite mantener ranchos que ya no son rentables, permite no migrar y, sobre todo, no incorporarse al mercado del trabajo asalariado.

* * *

—¿Te has imaginado ser tú una mafiosa?
—Pues sí, alucinando, acá…
—¿Y cómo te imaginas?
—Perrón, acá, chingona. Con un carro poca madre, arreglada con batos pesados y la chingada…
—¿Alguna vez lo has hecho?
—No mames, morra, no te puedo contar eso. Siento como si mi amá me estuviera oyendo.

* * *

—Ahora ya no encuentras quién te limpie el corral o te arregle un cerco. Prefieren aventarse tres días burreando y ganar lo de un mes.
—¿Está mal?
—Para nada, es un trabajo como cualquier otro. Tiene sus riesgos, no es tan fácil, no matas a nadie. Que lo vean mal es otra cosa. Pero dinero fácil… dinero fácil pura madre. Es una pinche putiza.

* * *

La autora se pregunta si no fue el exotismo de la narcocultura lo que la llevó a ese pueblo del norte de Sonora. En lugar de ello se encontró con la vigencia de la moral y las normas rancheras de la tradición cívica sonorense. Sea como haya sido, su conclusión es que el narcotráfico como contracultura (los narcocorridos, la violencia, el machismo) es un fenómeno relativamente marginal. “Un cambio importante es un paulatino divorcio entre el esfuerzo y el mérito, que era uno de los pilares de la sociedad ranchera de Santa Gertrudis, una progresiva devaluación del esfuerzo físico”.
La gente se va al narcotráfico hormiga para hacerse de mil o dos mil dólares en un par de días, pero sabe que el “dinero fácil” también se va fácilmente de las manos.
“El dinero de la burreada te dura una semana, y se me hace mucho. En dos o tres días ya no tienes un cinco. Es rara la gente de aquí que se dedique al narcotráfico y que tenga algo.”
En cuanto a los criterios identitarios siempre hay diferencias y clases entre los nativos de Santa Gertrudis: el peligro viene del sur y los únicos que matan son los sinaloenses. No sólo no es lo mismo un narco colombiano que uno mexicano, sino que nadie en Santa Gertrudis diría que es lo mismo un narco del pueblo que uno de Sinaloa.
Nunca había habido tanto dinero, tantas casas lujosas, pero prevalece la sensación de que todo se derrumba, de que todo y todos están corrompidos, de que el precio moral que se paga por ese auge es excesivo. Con la coca las borracheras duran más.
Lo paradójico es que Santa Gertrudis es un pueblo moderno: con una carretera que lo parte por la mitad, a una hora de la frontera con Estados Unidos, con tres cafés de internet, con una enorme densidad de automóviles, teléfonos celulares y aparatos de televisión. Un lugar con un mínimo de analfabetismo, con seis escuelas primarias laicas; un lugar cosmopolita: donde hace muchos años llegaron chinos, japoneses, franceses y un par de griegos, donde pasan diariamente miles de personas de todo México y Centroamérica y algunos de Venezuela, Brasil, y hasta de Filipinas, Rusia y China.

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