Friday, January 25, 2008

Los nuevos guías espirituales de la nación

Una de las diatribas más leídas y polémicas de los últimos años contra los “comunicadores” es el pequeño libro se Serge Halimi, Les nouveaux chiens de garde (Los nuevos perros policías, periodistas y poder), que apareció en París en 1997 haciéndole honor al famoso texto de Paul Nizan escrito en 1932: Los perros guardianes (un violento ensayo contra la filosofía tradicional y una crítica despiadada a la indiferencia de los intelectuales). La traducción podría ser también “Los nuevos perros guardianes”, pero a estos cuadrúpedos en México más bien se les conoce con el nombre de “perros policías”.
Estos especímenes equivaldrían al ejército de locutores, conductores, “reporteros”, que defienden en todo el país, las 24 horas del día y en cadena nacional, a los cárteles de la televisión mexicana. Ocupan ahora el lugar que antes cubrían los sacerdotes o los intelectuales.
Halimi, especialista en medios, es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Berkeley y colaborador frecuente en las páginas de Le Monde Diplomatique. Su panfleto —dicho sin connnotación moral ni peyorativa, más bien en el sentido que al panfleto se le daba en los tiempos de Paul-Louis Courier— enfoca sus baterías contra la nueva clase de periodistas que han proliferado en nuestro tiempo alrededor del mundo y sobre todo en Francia.
El autor francés hace una amarga e irónica denuncia de los “comunicadores” y su transformación actual en cortesanos del poder que no ven a los lectores como ciudadanos sino como atolondraos consumidores de una mercancía que se llama información y que es muy maleable. Piensa que hoy más que nunca se mantiene el cordón umbilical entre el poder y la prensa.
Sostiene que por definición las informaciones son volátiles, caducas, tanto las radiofónicas como las televisivas y las impresas: son efímeras, y quienes viven de transmitirlas conllevan tales relaciones de poder con los dueños de los grandes cárteles de la comunicación que hoy en día se han convertido en sus propagandistas y defensores. Estos “mercenarios”, como Halimi los llama, manipulan, ocultan información, siguen las directrices que sus patrones les marcan y procuran legitimar lo que se conoce como “pensamiento único”. Se benefician de canonjías (sueldos muy altos, casas baratas, boletos de avión, vacaciones pagadas, regalos, negocios, automóviles, préstamos de bajo interés) y llegan a creerse importantes, tanto como los políticos lo decidan —al tomarlos en cuenta— para condicionarlos y utilizarlos como pregoneros de sus intereses.
Además, ya en su escritorio y frente a su computadora, plagian con toda impunidad: se roban ideas y frases ajenas (de Internet, por ejemplo). Mientras en Estados Unidos, por ejemplo, el plagio es causa de desprestigio profesional y en las universidades puede justificar el cese del estudiante o del profesor, en la prensa francesa el periodista plagiario disfruta de una total impunidad. La técnica consiste en sustraer del artículo de algún colega los análisis y las investigaciones, hacerlos propios, y citar al desgraciado una sola vez, en un tramo perdido y accesorio del texto. Por si lo atrapan en falta, el plagiario tiene la audacia de citar al autor como prueba de su buena fe, pero escondiendo mucho su nombre, ocultándolo, como sólo saben hacer los periodistas.
Toda esta decepción, según Halimi, ha venido a significar que el periodista se ha venido a poner al servicio de los intereses de clase. La proximidad con ciertos dirigentes, la frívola propensión a un estilo de vida cortesano, los choferes y las camionetas blindadas, la disponibilidad para trasmitir una visión conformista de la realidad, han metido al periodismo en un sistema de casta. Las consecuencias más visibles son la pérdida de la credibilidad, la disminución de los lectores, y el empobrecimiento de la dialéctica social. Mientras tanto, los llamadas códigos deontológicos —un simulacro, una máscara- no podrán modificar la coyuntura, que se ha vuelto un sistema.”
Las empresas de la comunicación no tienen murallas. Los locutores forman son sus murallas.


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Periodistas orales: Guardia pretoriana mediática

Los periodistas orales constituyen
una casta, una clase, una treintena
de portavoces del pensamiento oficial:
No cesan de intercambiarse favores y
complicidades, sobreviven a todas las
alternancias políticas. Un mismo
ambiente. Ideas uniformes. Se frecuentan
entre ellos, se aprecian, se citan,
y están de acuerdo en todo.

—Serge Halimi


Eduardo García Aguilar me envía desde París uno de los libros más críticos del periodismo que se han escrito en los últimos años: Los nuevos perros guardianes, del profesor de la Universidad de California en Berkeley Serge Halimi, colaborador de Le Monde Diplomatique y discípulo de Pierre Bourdieu.
Este examen de la actuación cotidiana de los nuevos guías espirituales en que se han convertido los locutores de televisión —reemplazando el papel que antes la sociedad confería a los sacerdotes o a los intelectuales—, se plantea de manera natural como uno más de los "temas de nuestro tiempo", como le gustaba decir a don José Ortega y Gasset. Aparte de la propaganda —que ya tuvo su gran momento cuando a principios de los años 30 los aparatos de radio entraron en todos los hogares y en Alemania Goebbels supo utilizarlos para reforzar el proyecto del nacionalsocialismo— el otro tema de nuestra época es el de la profusión inasimilable de los medios de comunicación audiovisuales, más por su cantidad que por su calidad, no tanto por su "instantaneidad" sino por su abrumador bombardeo cotidiano.
El escopetazo constante de la información radiofónica y televisiva ‑rápida y breve, perecedera y volátil— no tiene a la gente mejor informada que antes. El receptor se entera de que sucedió algo, pero no retiene mucho los detalles ni le importan mucho. Los sabe como de oídas y de alguna manera intuye que no necesita saber leer ni escribir para estar mínimamente informado, como si estuviera de vuelta en la deliciosa irresponsabilidad de la infancia analfabeta.
Así las cosas, y esto no había sucedido antes en la historia, los debates ideológicos y las campañas electorales se dirimen sobre todo en el espacio mediático de la radio y de la tele, más que en el de los medios impresos, que ya no son masivos. Una crítica como la que sólo se dio en los periódicos sobre las concesiones del gobierno de Fox a los usufructuarios de la "industria" de la radio y la televisión puede muy bien ser acallada con el escopetazo de su réplica televisiva.
De los 11 mil 816 millones de pesos (un poco más de mil cien millones de dólares) que costaron las elecciones del año pasado, 5 mil 650 fueron para financiar las campañas y más de la mitad de esta suma terminaron en las arcas de Televisazteca, cuyo mejor negocio ha sido el PRI.
No sabemos muy bien hacia dónde vamos. Lo único que sentimos es que estamos asistiendo a un momento de transición, del periodismo escrito al periodismo oral. Y podría pasar lo que pasó con los telegrafistas: que los periodistas escritores ya no tengan ninguna razón de existir y terminen de estar en este mundo.
Imagínese usted una plaza, como el Zócalo o como la de Oaxaca: al centro se erige un palo tan alto tan alto como los de Papantla y en la cumbre, tan estridente que no deja hablar a nadie más, triunfa todos los días y a todas horas el altavoz de Televisazteca. A los lados no faltan muchos otros altoparlantes, no menos estridentes ni menos constantes: reproducen las vocecitas de los locutores radiofónicos. Y en una esquina, allá abajo en un puestecito, se venden unos cuantos ejemplares de Proceso, La Jornada, El Universal, Reforma y El Heraldo de San Blas. Esa plaza es el territorio nacional.
Serge Halimi, de 40 años, doctor en Ciencias Políticas, profesor también en la Sorbona, se refiere particularmente a la situación de los medios en Francia y sólo el lector de Les nouveaux chiens de garde sabrá inferir si hace extensivas sus ideas a México u otros países.
Serge Halimi acusa a los treinta periodistas franceses más conocidos de amplificar la voz del poder económico y político, de erigirse en profesores de moral y censurar el pensamiento crítico con la "utopía ultraliberal".
Este "látigo de la élite del periodismo francés", escribe Mora, dibuja un paisaje mediático desolador, "marcado por el compadreo entre la prensa y el poder".
Los medios controlados por potentes núcleos industriales o financieros imponen machaconamente su visión del mundo y —por imperativos de la chamba— los periodistas que trabajan en ellos acaban defendiendo los intereses de ese establishment. Su libertad de expresión termina donde empiezan los intereses de su empresa periodística.
La sensación de Halimi es que el periodismo oral rara vez toma muchos riesgos. Lectores de noticias, sus practicantes —estupendamente remunerados— no reportean ni investigan, se limitan a informar de lo que sucede en el mundo. Es inconcebible que un locutor exprese la más mínima opinión que pudiera disentir de lo que cree el dueño de su medio. Al contrario, el locutor o lector de noticias sabe leerle la mente a su patrón y, para congraciarse con él y mantener o aumentar su estupendo sueldo, emite “ideas” o frases que halaguen al dueño de su cártel y a su gremio de empresarios.
"El problema es que muchos se creen profesores de moral y les da por dar lecciones de lo que está bien y de lo que no. ¿Cómo se puede hablar sobre la corrupción política sin reconocer que el sistema mediático está también corrompido? ¿Cómo se puede denunciar la corrupción económica cuando el periodista acumula dinero, favores, canonjías?"

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* * *
Federico Campbell (Tijuana, 1941) es autor de La invención del poder, Máscara negra, La memoria de Sciascia, Post scriptum triste, Transpeninsular, La clave Morse, La ficción de la memoria y Periodismo escrito. Vive en el DF, en la colonia Condesa. Dice ser feliz, por ahora. No es vegetariano. Es calvo porque siempre le han tomado mucho el pelo.

Primero muere la persona, después el cuerpo

Le expliqué que el alzhéimer
es un conjunto de marañas y
placas que se forman en la
materia gris e impiden que
las neuronas se nutran.


—David Shenk,
The Forgetting



Con demasiada facilidad se hacen chistes sobre la enfermedad mental, no sabiendo el que los hace en qué consiste, por ejemplo, la enfermedad del alzhémier o la depresión. Johnny Carson, el célebre conductor de la televisión norteamericana, solía decir que de muchas cosas se pueden hacer chistes, pero no de las enfermedades mentales que significan un sufrimiento atroz para quienes las padecen y para sus familiares.
Sin embargo es muy común el chistorete que alude a un antidepresivo como el Prozac que, por su efecto acumulativo, sólo empieza atener efecto veinte días después de empezar a tomarlo, o bien la broma que suscita un lapsus de la memoria e invoca el mal degenerativo identificado por el neuropatólogo alemán Alois Alzheimer en 1901, cuando recibió en su clínica a una mujer de cincuenta y un años, Auguste D.
—¿Cómo se llama?
—Auguste.
—¿Apellido?
—Auguste.
—¿Cómo se llama su esposo?
—Auguste, creo.
—¿Cuánto tiempo ha estado usted aquí? —parece hacer un esfuerzo por recordar.
—Tres semanas.
En aquel entonces la demencia senil se aceptaba con cierta naturalidad y se atribuía, como parecía ser evidente, a la mayoría de edad. Sólo que hace cien o más años el proceso de envejecimiento no empezaba a darse a los setenta y tantos años como ahora sino a una edad más temprana. Se especulaba que esa demencia o esa lentitud en el funcionamiento de la memoria tenía su causa en arterias cerebrales escleróticas. Y es que el alzhémier no obedece a una falta de riego sanguíneo sino a un deterioro físico, como las caries en un diente, pues se ha estudiando en cortes de capas transversales que en la masa se van carcomiendo. El doctor Alzheimer dio con unas esferas de aspecto viscoso en formas de placas e innumerables neuronas en ”marañas” de fibras neuronales cuando analizó el cerebro de la recién fallecida señora D. Lo mismo fueron descubriendo los especialistas investigadores sesenta años, pero la comunidad médica de los años 70 todavía se mostraba escéptica sobre el origen orgánico del padecimiento.
El periodista científico David Shenek, de 36 años, ha escrito hasta ahora el libro más interesante, comprensible y útil, sobre la enfermedad del alzhéimer: The forgetting. Alzheimer’s: Portrait of an Eidemic. (Olvidar. Alzheimer: retrato de una empidemia.) Es uno de los manuales más fáciles de entender para los amigos y los familiares del enfermo.
No fue sino hasta los años 80, cuando empieza a hablarse de la “tercera edad” (que en realidad es la última edad) y la expectativa de vida aumenta unos diez o quince años, que se crea en Estados Unidos un Instituto Nacional del Envejecimiento y en términos de salud pública se da al alzhémier una categoría semejante a la de las cardiopatías o el cáncer. Hoy en día se cuentan cinco millones de estadounidenses que tienen la enfermedad y dentro de cuarenta años la cifra podía alcanzar los quince millones (hacia 2050).
Cuando el novelista Jonathan Franzen escribió sobre la enfermedad y la muerte de su padre (“El cerebro de mi padre”, en su libro de ensayos Cómo estar solo) estudió y recomendó el libro de Shenek.
Por lo general se entiende por “epidemia” una enfermedad que se propaga y acelera por sus características infecciosas. Pero también, y así lo piensa David Shenk, una epidemia se refiere a una catástrofe de orden médico que se vuelve tan grande que termina por afectar cada renglón de la vida en sociedad. Hace veinticinco años sólo había en Estados Unidos 500 mil enfermos. Del resto del mundo habría que esperar las estadísticas y sería muy importante que la Secretaría de la Salud las precisara en México. En el año 2002 se gastaron en Estados Unidos 100 mil millones de dólares en tratamientos.
La tendencia a olvidar, a perder la memoria inmediata, puede o no ser un signo de que podría insinuarse la enfermedad. Pero también es cierto que casi todos tenemos estos deslices debido a la “cultura de la distracción” que la electrónica nos ha alcahueteado en la vida cotidiana. La tendencia es estar en varias pistas al mismo tiempo. Lo indudable es que, a medida en que se viven más años, mayor es el número de personas que entran en esta caída paulatina e irrefrenable.
Hay una regresión. El deterioro se va dando a la inversa, se repiten en sentido retrospectivo las etapas que fueron indicando las fases de crecimiento en el niño. “El declive de un paciente de Alzheimer es exactamente inverso al desarrollo neurológico de un niño”, dice Jonathan Franzen: alzar la cabeza (del primer al tercer mes), sonreír (de los dos a los cuatro meses), sentarse solo (de los seis a los diez meses). Por eso un paciente adulto de pronto se parece cada vez más a un niño de un año. Y es que la memoria nos constituye. El ser es memoria. La persona es la memoria y la memoria es nuestra identidad personal. Yo soy lo que he sido. Yo soy lo que recuerdo. Primero se muere la persona y después el cuerpo. Ese ser que queda tiende a la escatología, a hacer chistes sexuales, y si entre muchos (sus hijos, su mujer, sus amigos) sólo reconoce a uno tal vez sea por el afecto, por las cosas extrañas del corazón.
Es posible que muchos enfermos sufran cada vez menos. Porque la propia conciencia también se va. Y para sufrir o temer a la muerte también se requiere de la memoria. Hay “algo delicioso” en ese olvido, dicen unos. Hay un aumento de sus placeres sensoriales conforme caen en esa eternidad sin pasado.

Thursday, January 24, 2008

Casi el paraíso



México es un país extraordinariamente
fácil de dominar, porque basta con
controlar a un solo hombre: el Presidente.
Debemos abrir a los jóvenes mexicanos
las puertas de nuestras universidades y
educarlos en el modo de vida americano,
según nuestros valores y en el respeto
al liderazgo de los Estados Unidos.
Con el tiempo, estos jóvenes llegarán a
cargos importantes y eventualmente se
adueñarán de la Presidencia. Sin necesidad
de que Estados Unidos dispare un tiro,
harán lo que nosotros queramos.

Robert Lansing, Secretario de Estado,
Washington,1924



No hay tanta xenofobia en México sino una verdadera fascinación por los extranjeros y todo lo que sea extranjero porque el mexicano siempre piensa que el extranjero es mejor. Tal vez en nuestro inconsciente colectivo sigue actuando el trauma de la Conquista, la contemplación alelada del hombre blanco investido del poder que da la armadura y el caballo. Si no fuera así, a Luis Spota nunca se le hubiera ocurrido escribir en los años 50 una novela como Casi el paraíso, una crítica implacable a la nueva clase que engendró la corrupción alemanista. Su personaje, Ugo Conti, es un italiano que seduce a todo el mundo: a los políticos, a los empresarios, a sus mujeres. Se hace pasar por noble y los mexicanos hasta le prestan dinero. Como es blanco y guapo, todos los mexicanos se le rinden. Y se sienten muy honrados con su amistad.
Pero ciertamente es una generalización injusta hablar de “los mexicanos” como si fuéramos una masa homogénea de pensamiento único. No se puede hablar ni de xenofobia de la izquierda ni de xenofilia de la derecha porque en ambos extremos hay de las dos filias o fobias, para todos los gustos. Es cierto que a mediados del siglo XIX un sector de la incipiente clase política de entonces se puso a buscar y a encontrar un archiduque que nos viniera a gobernar porque se daba por sentado que el extranjero era mejor que nosotros, especialmente si era rubio, blanco y de ojos claros, pero también es verdad que no todos los mexicanos lo festinaban. Antes al contrario: se sentían avergonzados y humillados.
En su libro de 1951, La estructura social y cultural de México, José Iturriaga se pone a pensar en los mexicanos y su ancestral y traumática relación con lo extranjero. Algo pasa en el alma del mexicano cuando se relaciona con el extranjero. Cae en ambivalencia, lo admira y desconfía de él, le atrae y le repugna. Por su mera presencia, el extranjero lo pone en entredicho y lo remite al “estereotipo autodenigratorio” que le hace valorar más lo extraño que lo propio, más Disney World que Palenque, más la francesa copa coñaquera que el caballito jalisciense para tomar tequila. No hay conductora o actriz de telenovelas que no se pinte el pelo de rubio. Tiene que ser rubia porque le da pena parecer mexicana. Ellos, los extranjeros, son mejores para extraer y explotar el petróleo. Nosotros no, somos muy suatos. Bueno, y además nos pueden dar comisiones por debajo de la mesa. Es más rápido arreglarse con la Texaco o Hulliburton que esperar los tres o cuatro años que a Pemex le tomaría levantar una refinería o hacer más pozos. Sólo tenemos cinco años para forrarnos.
Nos encantó tener un vicepresidente como José Córdoba Montoya. No votamos por él. No lo tratamos mal. Se le pagó bien. Pudo hacer algunos negocios. Nunca se le investigó.
No pocos amigos argentinos han salido adelante con sus restaurantes, que son muy buenos, limpios y no abusivos. No los hemos tratado mal. En la Argentina un mexicano no podría correr con la misma suerte, pero sólo porque allá la tasa de desempleo es muy alta. Tampoco un mexicano podría allá, en el campo periodístico, volverse con tanta facilidad un “comunicador” millonario, con casa en el Pedregal y camioneta blindada. A los refugiados españoles de 1939 los recibimos encantados de la vida y muchos de sus intelectuales enriquecieron nuestras universidades y nos enseñaron a hacer libros. No los tratamos de la patada. Tampoco a los inmigrantes judíos de los años 30 y 40 que se asentaron en la colonia Condesa y se mexicanizaron conmovedoramente (había que verlos comer tacos) como no nos dejaría mentir el estupendo documental que hizo uno de sus descendientes: Beso esta tierra.
¿Dónde está la xenofobia? Con la misma apertura, los panistas contrataron a un “técnico en campañas electorales” extranjero, Dick Morris, para que los asesorara en la lucha sucia por la presidencia. ¿No había un solo cuadro mexicano de su búnker en la colonia del Valle que supiera hacer lo mismo? No. Tuvieron, sin rubor, que contratar a un extranjero al que se le pagó muy bien y no se le ofendió con la “tradicional xenofobia mexicana”. Antes al contrario.
“Mexicano por nacimiento” es lo que la Constitución dice que es “mexicano por nacimiento”. Es como cuando se dice “delito es lo que la ley dice que es delito”.
La incertidumbre se establece cuando se siente que no es lo mismo un extranjero común y corriente que un extranjero que ocupa un cargo público o aspira a uno de elección popular. No es lo mismo. En cualquier lugar del mundo.
No estaba mal, pues, la exigencia constitucional de que fuera de padres mexicanos y nacido en México el jefe de la tribu. No estaba mal, por lo menos en el caso de Fox y su xenofilia. Su falta de compasión por más de la mitad de los mexicanos (lo cinco que no comen en la mesa de diez) se sentía que algo tenía que ver con el hecho de ser hijo de gringo, por mucha legalidad que se haya inventado para convertir al padre en “mexicano por nacimiento”.



Monday, January 14, 2008

El cuestionario de Proust


De todos los cuestionarios que se han hecho a partir del famoso "Cuestionario de Marcel Proust" muy pocos conservan las preguntas originales que se le hicieron al joven Proust, a los quince años, para el álbum de Antoinette Faure, su compañera de juegos en los Champs-Élysées. El segundo cuestionario que se le hizo fue a finales de 1892, a los veintiún años, titulándolo él mismo Proust por sí mismo.
El amable y lúdico interrogatorio quiere sondear las inclinaciones y los gustos del personaje en cuestión y plantea preguntas como las siguientes:
La cualidad moral que prefiere.
"Todas las que no son particulares de una secta, las universales", contestó el novelista francés.
Las cualidades que prefiere en un hombre.
"La inteligencia, el sentido moral."
Su noción de la felicidad.
"Vivir cerca de todos los que amo con los encantos de la naturaleza, una cantidad de libros y partituras, y no lejos de un teatro francés."
El principal rasgo de mi carácter.
"La necesidad de ser amado y, por precisar, la necesidad de ser acariciado y mimado mucho más que la necesidad de ser admirado", respondió Proust.
Lo que se ha hecho y se hace ahora respecto al cuestionario de Proust son variaciones como las que leyó y contestó el siciliano Gesualdo Bufalino en 1986:
¿Cuál es el colmo de la miseria?
"Sobrevivir."
¿Por cuáles errores tiene mayor indulgencia?
"Por los errores de juventud."
Sus directores preferidos.
"Kurosawa, Stroheim, Clair, Ophulus, Fellini."
¿Qué cualidad privilegia en un hombre?
"El silencio, o al menos la reticencia."
¿Cuál es su ocupación favorita?
"Recordar."
¿Quién le gustaría haber sido?
"El marido de Sherezade."
¿Cuál es el rasgo distintivo de su carácter?
"La egofobia."
¿Qué es lo que más aprecia de sus amigos?
La ausencia.
¿Cuál es su principal defecto?
"No saber despreciar."

* * *

En ese tenor se me ha ocurrido que así, a boca de jarro, una variación del célebre cuestionario podría presentarse en los siguientes términos:
Si fuera un libro ¿cuál sería?
Pedro Páramo.
Si fuera un animal, ¿cuál sería?
El halcón peregrino; es el ave que vuela más alto, caza a su presa volando y se alimenta también durante el vuelo, así podría ver la tierra como desde una avioneta.
Si fuera una flor ¿cuál sería?
El ave del paraíso.
Si pudiera reencarnar en persona o cosa, ¿en quién escogería?
En Marcello Mastroiani, porque le pagaban por jugar… el trabajo del actor visto como un juego de niños.
¿Cuál es su concepto de felicidad?
El primer exprés por la mañana y abrir los periódicos.
Para usted ¿en qué consiste el amor?
En respetar los secretos del otro.
¿Quiénes son las personas a las que más admira?
A las que tienen compasión por los demás.
¿Cuál es su mayor extravagancia?
Decir en francés, italiano e inglés las primeras frases de Cien años de soledad y de Pedro Páramo.
¿Cuál es su objeto más preciado?
Mi pluma fuente.
¿Qué cualidad admira más en el hombre?
La paciencia.
¿Y qué cualidad admira más en la mujer?
La estructura moral.
¿Cuál ha sido su mayor triunfo?
Vivir en pareja.
¿Cuándo y dónde es más feliz?
En mi escritorio, en las noches.
¿Cómo se autodefiniría?
Como disperso y melancólico, pero feliz.
¿Cuál es su mayor defecto?
La desidia.
¿Cuáles son sus pintores favoritos?
Paolo Ucello, Caravaggio y Bacon.
¿Y actores y actrices de cine?
Marlon Brando, Jack Nicholson, Al Pacino, Robert De Niro, Juliette Binoch, Liv Ulman, Ingrid Thuling
Bibi Anderson, Julianne Moore, Isabelle Hupert.
¿Quiénes son sus cineastas favoritos?
Bergman, Visconti, Scorsese.
Si fuera una silla ¿de qué estilo sería?
Hindú.
Si fuera una enchilada, ¿de qué sería?
De huitlacoche.
Si fuera un invento, ¿cuál escogería ser?
El microscopio.
¿Cuál es su pasatiempo.
Ver películas.
¿Cuál ha sido su viaje inolvidable?
A Sicilia, en 1962, a los 20 años.
¿Qué le disgusta más de los demás?
La intolerancia.
¿Qué le disgusta más de su apariencia?
Mi aspecto tímido y desatento.
¿Cuál es su mayor temor?
No ser amado.
¿Cuál es su vicio?
Mi adicción secreta es inconfesable, pero tiene que ver con las imágenes.
¿Quiénes son sus héroes de ficción?
Hamlet, Holden Caulfield, Philip Marlowe y Lord Jim.
¿Cuáles son sus platillos favoritos?
El menudo sonorense con pata y la machaca de Navojoa.
¿Y bebidas?
El agua.
¿Cómo le gustaría morir?
Al son del Querrequé.
¿Quiénes son sus escritores favoritos?
Borges, Kafka, Chejov, Beckett, García Márquez y Juan Rulfo.
Si fuera una estrella de cine ¿cómo quién escogería ser?
Como Marlon Brando.
Si fuera una película ¿cuál sería?
Rocco y sus hermanos.
Si fuera un color ¿cuál sería?
Azul Francia.
¿Y una textura?
Como la del cuero.
¿Y un instrumento musical?
Un violín.
Si fuera un árbol ¿cómo cuál sería?
Como el laurel de la India.
¿Y un metal?
Como el oro de Cananea.
¿Y una piedra preciosa?
La esmeralda.
Si fuera un sonido ¿de qué sería?
De flauta.
¿Y una canción?
Como Imagine, de John Lennon.
¿Y un paisaje?
Como el de los alrededores de Tlacotalpan.
¿Cuál es su músico favorito?
Schubert.
¿Y su intérprete?
Mitsuko Uchida.
¿Cuál es su ciudad mexicana favorita?
Oaxaca.
¿Cuál es el lugar más bello del país?
Tlacotalpan.
¿Y un postre?
El helado de limón.
¿Cuál ha sido el mejor regalo que ha recibido?
El nacimiento de mi hijo.
¿Y su sorpresa mayor?
Que cayera el PRI.
¿Y su mayor susto?
El temblor del 85.
Si pudiera pedir tres deseos al Aladino de la lámpara, ¿qué le pediría?
Que descubriera una cura para el sida, que quitara la contaminación del DF y que me regalara un BMW de cambios.

Thursday, January 10, 2008

Propaganda electoral

A Carmen Aristegui


Desde los tiempos del imperio romano se sabe que el derecho de uno termina donde empieza el derecho ajeno. Por lo mismo en prácticamente todas las constituciones las libertades están acotadas y se delimitan según las experiencias y las características culturales de cada país. La libertad de tránsito, por ejemplo, no es absoluta: no puede uno desplazarse en auto o a pie por los terrenos de un rancho que son propiedad privada. La misma libertad de expresión —que es la que se invoca ahora que las reformas a la ley electoral restringen a los ciudadanos la voluntad de comprar tiempos en la televisión durante las campañas electorales— se topa con el impedimento de no injuriar o difamar a nadie.
Nunca antes en la historia —o por lo menos antes de las elecciones estadounidenses de 1960, cuando se enfrentaron Kennedy y Nixon– había habido un factor como la televisión y la radio que han venido a cambiar las formas de hacer política y de competir por el poder, aunque la masificación de la radio (al menos en Alemania e Italia) ya se daba en los años 30 para promover el nacional socialismo y el fascismo. Pero en cosa de cincuenta años la profusión de los medios y su refinamiento tecnológico, así como de los nuevos cárteles de las comunicaciones, ha venido a plantear muy seriamente si la televisión y la radio obran a favor o en contra de la vida democrática y de la convivencia civil. Su poder puede caer en manos de grupos monopólicos que quieren controlar al Estado. No pocos se preguntan si un bombardeo tupido de spots —de preferencia negativos y denigratorios, al estilo norteamericano— puede determinar una elección en un sentido o en otro. Es muy posible, como lo cree el especialista en la guerra sucia electoral, Dick Morris, que asesoró a los panistas durante el primer semestre de 2006.
Hay un gran número de militantes políticos que están convencidos de que el golpeteo y la difamación son eficaces para derrotar al adversario y que se debe permitir porque así se acostumbra en Estados Unidos. En la guerra de las creencias políticas, que se procrean desde la infancia y en la familia, no todos escogen las ideas y las frases que confirman sus puntos de vista. Muchos votantes, los menos informados y educados, sí responden a las emociones que les remueve la propaganda.
No son pocas las naciones que con reglamentaciones electorales de plano prohiben la propaganda pagada por televisión; la autoridad asigna tiempo a cada partido y da lineamientos al formato de la propaganda electoral televisiva que no puede comprarse de otra manera, en Francia por ejemplo. En España las televisiones públicas están obligadas a ceder espacios gratuitos a los partidos que concurren a las elecciones, quedando terminantemente prohibida cualquier contratación de espacios de propaganda electoral.
Juan Manuel Herreros López ha hecho estudios de derecho comparado entre diversas reglamentaciones electorales de varios países.

“En Alemania y España han sido los legisladores quienes han establecido los criterios para determinar qué formaciones políticas pueden emitir propaganda electoral, así como las condiciones en las que lo pueden hacer."
En Francia, Italia e Inglaterra no son los legisladores quienes determinan qué formaciones políticas tienen acceso a la programación en periodos electorales. Estas competencias en Francia se atribuyen al Conseil Supérior de l’Audiovisuel. En Inglaterra la BBC y los canales privados están obligados a ofrecer acceso a la programación a todos los partidos políticos que compitan. Por último, en Italia la Commissione parlamentare per l’indirizzo genérale e la vigilanza dei servizi televisivi es el órgano encargado de determinar cómo se lleva a cabo el acceso en periodo electoral. Sin embargo, nos dice el jurista español, la Corte Suprema italiana “declaró que cualquier control del Gobierno sobre la programación emitida por la televisión pública debía considerarse incompatible con la libertad de expresión y con la imparcialidad que debe regir la información recibida por los ciudadanos”.
Si en Estados Unidos se tiene la menor reglamentación electoral, también es cierto que —según la fairness doctrine— con el “acceso condicionado” se intenta garantizar que cualquier persona contra la que se realicen manifestaciones en algún medio audiovisual pueda tener acceso al mismo para defenderse.
En Costa Rica, según nos ilustra Hugo Alfonso Muñoz, los afectados por la propaganda lesiva al honor de las personas pueden acudir a los tribunales, pero la respuesta llega tarde, cuando ya ha pasado el proceso electoral y el daño se ha consolidado.
Hugo Alfonso Muños disiente de una decisión de la Sala Constitucional que prefirió la libertad de injuriar, difamar y calumniar, a la potestad del Tribunal Supremo de Elecciones de suspenderla.
La inconveniencia de mantener el principio de libertad de expresión, sin reglamentaciones y límites, puede ilustrarse con el caso de un narcotraficante que, por venganza o resentimiento, decide calumniar en la tele a un candidato causándole un daño desproporcionado, abusivo e irreparable. “El narcotraficante puede convertirse en el árbitro del proceso electoral… Ante tales manifestaciones, el Tribunal Supremo de Elecciones no puede suspender esa publicidad, aunque ésta descienda a los límites más indecorosos e inmorales que ofendan la moral pública y transmita valores destructivos para la niñez y la juventud”.