Wednesday, September 19, 2007

Los nuevos guías espirituales



Los periodistas orales constituyen
una casta, una clase, una treintena
de portavoces del pensamiento oficial:
No cesan de intercambiarse favores y
complicidades, sobreviven a todas las
alternancias políticas. Un mismo
ambiente. Ideas uniformes. Se frecuentan
entre ellos, se aprecian, se citan,
y están de acuerdo en todo.

—Serge Halimi


Martín Solares me envía desde París uno de los libros más críticos del periodismo que se han escrito en los últimos años: Los nuevos perros guardianes, del profesor de la Universidad de California en Berkeley Serge Halimi, colaborador de Le Monde Diplomatique y discípulo de Pierre Bourdieu.
Este examen de la actuación cotidiana de los nuevos guías espirituales en que se han convertido los locutores de televisión —reemplazando el papel que antes la sociedad confería a los sacerdotes o a los intelectuales—, se plantea de manera natural como uno más de los "temas de nuestro tiempo", como le gustaba decir a don José Ortega y Gasset. Aparte de la propaganda —que ya tuvo su gran momento cuando a principios de los años 30 los aparatos de radio entraron en todos los hogares y en Alemania Goebbels supo utilizarlos para reforzar el proyecto del nacionalsocialismo— el otro tema de nuestra época es el de la profusión inasimilable de los medios de comunicación audiovisuales, más por su cantidad que por su calidad, no tanto por su "instantaneidad" sino por su abrumador bombardeo cotidiano.
El escopetazo constante de la información radiofónica y televisiva ‑rápida y breve, perecedera y volátil— no tiene a la gente mejor informada que antes. El receptor se entera de que sucedió algo, pero no retiene mucho los detalles ni le importan mucho. Los sabe como de oídas y de alguna manera intuye que no necesita saber leer ni escribir para estar mínimamente informado, como si estuviera de vuelta en la deliciosa irresponsabilidad de la infancia analfabeta.
Así las cosas, y esto no había sucedido antes en la historia, los debates ideológicos y las campañas electorales se dirimen sobre todo en el espacio mediático de la radio y de la tele, más que en el de los medios impresos, que ya no son masivos. Una crítica como la que sólo se dio en los periódicos sobre las concesiones del gobierno de Fox a los usufructuarios de la "industria" de la radio y la televisión puede muy bien ser acallada con el escopetazo de su réplica televisiva.
De los 11 mil 816 millones de pesos (un poco más de mil cien millones de dólares) que costaron las elecciones del año pasado, 5 mil 650 fueron para financiar las campañas y más de la mitad de esta suma terminaron en las arcas de Televisazteca, cuyo mejor negocio ha sido el PRI.
No sabemos muy bien hacia dónde vamos. Lo único que sentimos es que estamos asistiendo a un momento de transición, del periodismo escrito al periodismo oral. Y podría pasar lo que pasó con los telegrafistas: que los periodistas escritores ya no tengan ninguna razón de existir y terminen de estar en este mundo.
Imagínese usted una plaza, como el Zócalo o como la de Oaxaca: al centro se erige un palo tan alto tan alto como los de Papantla y en la cumbre, tan estridente que no deja hablar a nadie más, triunfa todos los días y a todas horas el altavoz de Televisazteca. A los lados no faltan muchos otros altoparlantes, no menos estridentes ni menos constantes: reproducen las vocecitas de los locutores radiofónicos. Y en una esquina, allá abajo en un puestecito, se venden unos cuantos ejemplares de Proceso, La Jornada, Milenio, El Universal, Reforma y El Heraldo de San Blas. Esa plaza es el territorio nacional.
Serge Halimi, de 40 años, doctor en Ciencias Políticas, profesor también en la Sorbona, se refiere particularmente a la situación de los medios en Francia y sólo el lector de Les nouveaux chiens de garde sabrá inferir si hace extensivas sus ideas a otros países, como el nuestro por ejemplo. Es curioso, pero no casual, que el libro (publicado por Pierre Bourdieu en su colección Raisons d'Agir en 1997) no haya sido publicado por ninguna editorial de habla española. Serge Halimi acusa a los treinta periodistas franceses más conocidos de amplificar la voz del poder económico y político, de erigirse en profesores de moral y censurar el pensamiento crítico con la "utopía ultraliberal".
El 21 de agosto pasado Miguel Mora lo entrevistó en El País. Este "látigo de la élite del periodismo francés", escribe Mora, dibuja un paisaje mediático desolador, "marcado por el compadreo entre la prensa y el poder".
Los medios controlados por potentes núcleos industriales o financieros imponen machaconamente su visión del mundo y, por imperativos de la chamba, los periodistas que trabajan en ellos acaban defendiendo los intereses de ese establishment. Su libertad de expresión termina donde empiezan los intereses de su empresa periodística.
La sensación de Halimi es que el periodismo oral rara vez toma muchos riesgos. Lectores de noticias, sus practicantes —estupendamente remunerados— no reportean ni investigan, se limitan a informar de lo que sucede en el mundo.
"El problema es que muchos se creen profesores de moral y les da por dar lecciones de lo que está bien y de lo que no. ¿Cómo se puede hablar sobre la corrupción política sin reconocer que el sistema mediático está también corrompido? ¿Cómo se puede denunciar la corrupción económica cuando el periodista acumula dinero, favores, canonjías?"

http://periodismoimpreso.blogspot.com/

La mafia es el contexto

En el verano de 1962, a los veinte años, estaba yo en un pueblo de Calabria que se llama Crocifisso. Trabajaba con un grupo de jóvenes pacifistas italianos en la construcción de una escuela y una mañana de agosto apareció de pronto en el campamento una muchacha que venía de Milán a integrarse al grupo de albañiles voluntarios y nos dio dos noticias. Una, que había triunfado la Revolución argelina. La otra, que había muerto Marylin Monroe.
Tal vez no recordaría esta imagen si no fuera porque el lunes pasado, el 10 de septiembre, asistí a una conferencia sobre la mafia siciliana que dio el historiador también siciliano Giuseppe Carlo Marino a propósito de sus dos libros presentados en el Instituto Italiano de Cultura que tiene su sede en la bellísima calle de Francisco Sosa de Coyoacán: Historia de la mafia y Los padrinos. El hombre disertaba brillantemente sobre el carácter inextirpable de la mafia en Sicilia —dado que su origen y su funcionamiento tienen que ver con el corazón mismo de la familia siciliana, con la madre, especialmente— y mi memoria involuntaria me llevó de regreso a Crocifisso. Y es que en aquel pueblito calabrés, que no tenía más de doscientos habitantes, ya existía la Ingrandeta, es decir, el equivalente local de la mafia: un día unos niños encontraron junto a una barda de piedras el cadáver de un hombre desangrado, con la dos manos cortadas. Se sabía que era sin duda el ladrón de unas vacas y por tanto, de la manera más rápida y expedita, el capo mafioso decidió juzgarlo y castigarlo, del modo ritual y simbólico (las manos cortadas) e inmediato que la costumbre imponía. Se sabía también que allí, en aquel pueblo distante, incluso los niños guardaban la sagrada ley del silencio, la omertâ de los sicilianos.
Giuseppe Carlo Marino hizo hincapié en una distinción importante: no es lo mismo la mafia que la delincuencia organizada. La mafia es un fenómeno histórico y social de raigambre fundamentalmente siciliana. Tiene que ver con la mentalidad siciliana. Tiene que ver con la madre siciliana. Se entiende que por extensión —por ese sentido laxo y amplio que suelen adquirir las palabras— a los grupos del crimen organizado o desorganizado se les denomine mafias, en Cali o en Culiacán, pero en sentido estricto la mafia es siciliana o no es.
Para que un sobrino o un primo se inicie como hombre de honor ha de jurar antes fidelidad a Cosa Nostra. En una reunión secreta el candidato a mafioso se pincha el índice con una espina de naranjo y con la gota de sangre mancha la imagen de Santa Rosalía, la virgen patrona de Palermo. Mientras arde la santa, el rito de iniciación exige al mafioso en ciernes a juramentar la omertâ y a reconocer que puede ser ejecutado si falta a su palabra.
La mafia, pues, es una intermediación parasitaria entre el ciudadano y el Estado, entre la producción y el consumo, y cuando se dice que su modus operandi se ha trasladado a otras expresiones del crimen en el resto del mundo no se está entendiendo bien la cosa, o mejor dicho: la cosa nostra. A donde se transfiere su mentalidad y sus modos de hacer las cosas es a la política, no al llamado crimen organizado que no necesita de la mafia para saber hacer lo suyo. En el Noroeste mexicano para nada precisan de la imaginación criminal de la mafia. No. Lo que se ha traducido a partir de la cultura mafiosa —que ha tenido como matriz ideológica a Sicilia— son los modos de gobernar: el espíritu público se ha perdido de vista y en nuestra época, a principios el siglo XXI, cuando ya no existe el Estado, se gobierna en función de varios grupos de interés dentro de las naciones. Véanse en México cuáles y quiénes son los grupos a los que cuidan sobre todo los gobiernos panistas. Recuérdese cómo Vicente Fox gobernó sobre todo para los empresarios con los que, por interpósita persona, hacía negocios y favoreció con exenciones de impuestos o concesiones de terrenos (a Roberto Hernández, por ejemplo). Ése es el comportamiento mafioso derivado de la sicilianización, no los estropicios homicidas de los narcos que nada tienen que imitarle a los sicilianos.
La emigración llevó a Ellis Island, Nueva York, a sicilianos que habían crecido en una cierta mentalidad mafiosa. Eso a principios del siglo XX. Y allí en Estados Unidos cundió el fenómeno y arraigó en sucesivas organizaciones criminales y familiares. Pero en América Latina no. ¿Por qué? Oleadas de cientos de miles de italianos se instalaron en Venezuela, Brasil, Argentina, pero allí no prendió el quehacer mafioso. No se inauguraron bandas criminales, como en Nueva York y Chicago. ¿Por qué?
Porque ya había un poder mafioso con otro nombre: el poder criminal de los militares y de los políticos.
La mafia no ha sido derrotada del todo, a pesar de la indudable lucha del Estado italiano por exterminarla. De hecho le ha dado varios golpes de muerte. Lo que ocurre es que si la mafia fuera sólo una organización criminal ya la habrían aniquilado el ejército y la policía. Pero sucede que no es así. La mafia tiene su asiento en al corazón mismo de la familia siciliana y sus ligas y complicidades secretas son consanguíneas. Se extiende como un pulpo en todo el tejido social. Si un capo desaparece o es encarcelado o asesinado, no falta quien lo sustituya.
La tesis de Carlo Marino es que sólo en el terreno de la política se le puede abatir porque la mafia es, ante todo, una combinación de poder político y criminalidad. Y el contexto en el que se gobierna es la mafia misma.


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