Sunday, September 03, 2006

Post suffragium triste

Un juez de muy alto rango, el personaje de una novela italiana, sostiene que el error judicial no existe de la misma manera en que entre nosotros se ha llegado a proclamar que el fraude electoral no sólo no existe sino que es imposible que exista. No sabe uno a quién creerle. Cada quien ve la película que le conviene. Unos periódicos dicen que no hubo fraude. Otros que sí, monumental, masivo y descarado. Cada diario maneja una verdad diferente y uno, el incauto lector, reacciona entre la ansiedad y la incredulidad. El caso es que estamos perdiendo la batalla mediática y vemos cómo se va imponiendo una percepción manipulada.
Si los medios masivos de manipulación se instalan entre nosotros y el mundo, como nunca antes, tenemos entonces una representación de la realidad que conviene a los intereses de los propietarios de esos medios. Porque la libertad de expresión de un locutor (un López Dóriga, por ejemplo) termina justo en el momento en que empiezan los intereses de su patrón o dueño de su micrófono o de su pantalla. Es de una lógica casi infantil. Y ahí vamos. A medida que avanza la ciencia y se afina la tecnología, más habrá de suceder que la técnica se ponga en contra de la democracia electoral. Porque, como dice un académico de Nueva York, en nuestro tiempo gana el que mejor haga el fraude. Ya lo ha hecho George Bush en dos ocasiones en un país donde tradicionalmente el voto era sagrado. Justamente en el país que tanto suscitó la admiración de Alexis de Tocqueville
(1805-1859) y le impulsó a escribir La democracia en América, un clásico de la historia y el pensamiento políticos.
Si en el país de la democracia y de las libertades, como dicen los estadounidenses que es su país Estados Unidos, se violenta ya la manifestación de la voluntad popular a través de las elecciones, ¿qué habrá de suceder en el resto del mundo? Si en Estados Unidos el fraude se da por un hecho —como dice este notable académico de Nueva York— y si se le dejó gobernar a John F. Kennedy habiendo hecho fraude en Chicago en contra de Nixon, y si se ha consentido que Bush el texano gobierne sin ningún rubor, entonces no es descartable que en lo que sobra del mundo se tenga respecto a las elecciones una laxitud que permite decir, como el profesor de Nueva York, que ha de gobernar el que mejor defraude. Es ése el sentido común que predomina en los círculos políticos de Washington.
La comparación extralógica que hace el alto magistrado judicial (émulo de “nuestro” Mariano Azuela) de El contexto, la novela de Leonardo Sciascia, es entre el acto de juzgar y la celebración de la misa. La justicia no puede dejar de manifestarse, de transustanciarse, de cumplirse cuando el juez juzga y sentencia, de la misma manera en que el misterio de la transustanciación (el pan y el vino que se convierten en el cuerpo, la sangre y el alma de Cristo) no puede dejar de producirse cuando el sacerdote celebra la misa.
En nuestro exasperante caso de las elecciones la indolencia del IFE parece decir que sólo por el hecho mismo de haberse llevado a cabo, con todas sus formalidades cumplidas, la votación se cumplió de manera fehaciente y justa. “No pudo no haberse cumplido la voluntad popular”, diría el presidente de la Suprema Corte de Justicia, el alto ministro italiano. (Es triste que el IFE, por lo demás, tenga que pagar propaganda en la tele para que se diga que es “inatacable” y honesto.)
Es posible que la famosa discusión jurídica de esta novela policiaca y política, El contexto, no sea sino una amarga ironía sobre los abogados, sus discusiones bizantinas, las falacias de sus argumentos y las facultades de derecho que siempre le han dado al Poder una justificación formal. Ellos ven cómo le hacen, los jueces, pero al final siempre dan con una fórmula para que triunfe la cortada de la legalidad. A favor de una u otra verdad, la que convenga al Poder. Por eso habría que hacer un estudio histórico y político para ver cómo, al menos a lo largo del siglo XX, la facultad de derecho le ha dado discurso y coartada al régimen priísta antes, al panista ahora, para justificar los fraudes electorales. Y para formalizar otras tropelías: la corrupción de los sueldos altos por ejemplo. La fórmula es una maravilla: no roben muchachos, pónganse sueldos altos.
¿Cuál ha sido el papel de la facultad de derecho en nuestra convivencia democrática? ¿De qué lado ha estado? Es como para que lo estudie el Instituto de Investigaciones Jurídicas o se haga una tesis en la Ibero.
Ahora, la verdad mediática que todos los días van construyendo los medios audiovisuales e impresos a favor del candidato del PAN (y de sí mismos) se preocupa por establecer que la elección fue impoluta y que los funcionarios de casilla han sido unos santos, bioquímicamente puros y no militantes —mal o bien intencionados— de los partidos políticos… y mucho menos enviados especiales de Elba Ester Gordillo, a quien no llamaremos ”maestra”. ¿”Maestra” por qué? ¿Con qué derecho? (Maestra mi tía Lolita que desde hace treinta años da clases en la secundaria de Pueblo Yaqui y no le ha robado a ningún compañero.)
Pero la verdad mediática no es ni siquiera la verdad promedio. La radio y la televisión constituyen una de las estructuras más abusivas en nuestra vida cotidiana. Antes, para taparle el ojo al macho, antes de la alianza entre Televisa y el PAN, aparentaban cierta imparcialidad. Ahora son parte.
Los gobernadores priístas amigos o cómplices de E. E. Gordillo organizaron y realizaron el fraude electoral a favor de Felipe Calderón. Bastó colocar en las casillas a cientos de miles de “maestros” para que en cada casilla se robaran uno dos votos a fin de que, por ejemplo, en 130 mil casillas resultaran 260 mil votos a favor del candidato de Los Pinos, Televisa, Washington, el Vaticano, los empresarios y los banqueros extranjeros.
Robarse una elección presidencial, como lo supo y disfrutó muy bien Carlos Salinas de Gortari, equivale a asaltar más de mil millones de bancos. Es un atraco al infinito. Ni el PAN, ni el IFE, ni el Tribunal Electoral van a ceder ante las impugnaciones. Sería contrario a la lógica del poder. La asunción de la Presidencia, así sea factual y golpista, tiene una dinámica acumulativa y todos se apuntan al banquete. Incluidos los jueces.
Estos mismos jueces, los del tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, son los funcionarios judiciales mejores pagados no sólo de México sino del mundo entero. Su presidente, Leonel Castillo, gana más de mil dólares diarios: 382 mil pesos mensuales. Y él es el que va a decirnos quién será el Presidente de México. ¿Se puede tener confianza —en un país como México donde en una mesa de diez comen cuatro— en unos magistrados que sin chistar y sin el menor sentimiento de culpa se incorporan a la cultura de los sueldos altos?
Hay que aprenderse sus nombres porque van a entrar en la historia:
Alfonsina Berta Navarro, Eloy Fuentes Cerda, Alejandro Luna Ramos, Fernando Ocejo Martínez Porcayo, José de Jesús Orozco Henríquez y Mauro Miguel Reyes Zapata sólo ganan, los angelitos, 373 mil pesos mensuales cada uno.
La muy angustiosa, frustrante y triste experiencia electoral nos hizo, pues, tomar ciencia de algunas cosas: que hay que luchar por que se cancele la publicidad política en radio y televisión (como en Francia, España, Italia), que hay que discutir si todavía se justifican los diputados “plurinominales”, que debe ponerse un alto a la política de los sueldos altos, y finalmente que México es un país saqueado, tomado por unos cuantos grupos de empresarios y políticos ya instalados en el poder con el PAN y que promueven sin vergüenza un capitalismo de compadres.

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