Thursday, February 10, 2011

Un negro en la Casa Blanca es un blanco perfecto


La política desemboca, o nace,
en las creencias: puede ser el
teatro mortal del Poder, pero
a su alrededor —en bambalinas o
en las butacas— está la presencia
inevitable de las creencias.
—Jorge Aguilar Mora

Si alguna enseñanza nos depara la reciente jornada electoral en Estados Unidos es la que tiene que ver con el papel de la propaganda o, más en lo particular, de la televisión y el dinero.
No sólo ha sido una preocupación de los académicos y los “actores políticos” la idea de que las elecciones se ganan con televisión y dinero. Es una apuesta que se sigue haciendo a pesar de que algunos candidatos, aquí y en otras partes, han ganado teniendo a la televisión en contra. De cualquier manera, gane o pierda el candidato al que apoya, la televisión es indispensable para el fraude electoral porque a base de repeticiones puede establecer un consenso de aceptación.
El escenario electoral, pues, de los últimos días nos ha vuelto a dar la impresión de que la verdad no tiene la menor importancia en la política. Entran en su percepción los prejuicios y sobre todo las creencias de los votantes: según su clase social y económica, su raza, su nivel de escolaridad, sus relaciones familiares, laborales y sociales que establecen con quien se habrá de quedar bien o mal. Cuando alguien decide creer en algo o en alguien no hay poder humano ni razón alguna que lo haga cambiar de opinión.
Se puede montar un spot televisivo sosteniendo que los chinos y el presidente Obama conspiran para destruir el “imperio americano” y gran parte del electorado se lo cree porque eso le conviene creer. Así como le gusta creer que Obama es musulmán y que no nació en Estados Unidos.
Si se tiene la creencia de que un sistema de salud para todos sigue las pautas de un modelo socialista no importa recordar que países que también lo tienen, como Canadá, Suecia, Francia y la Gran Bretaña, están muy lejos de ser países comunistas.
En aras de la “libertad de expresión” —que, como todos los derechos, tiene sus límites— la Suprema Corte autoriza a que las grandes empresas aporten la cantidad de dinero que quieran a las campañas y en muchos casos los partidos no tiene que revelar el origen de esas aportaciones.
En un reflejo de imitación extralógica no faltan en México ciudadanos de buena fe que sienten la necesidad de hacer las cosas como en Estados Unidos, a pesar de que la sociedad mexicana no es como la estadounidense, ni por su composición étnica ni por su nivel de ingresos. Aquí tal vez tenga sentido vigilar de dónde procede el dinero en las elecciones porque puede tener su origen en la economía criminal y porque a nadie le gustaría que el resultado de una elección lo determinen los grupos que tienen más dinero y más televisión.
Está también el fenómeno nuevo de un canal televisivo, Fox, que actúa como partido político contendiente. La rienda suelta a las creencias ha permitido asimismo desinhibir cierto racismo encubierto en la coartada de que lo democrático por excelencia es criticar al Presidente y oponerse al poder establecido.
Por lo demás, débese al ingenio popular del mexicano el enunciado de este artículo: la paráfrasis de un chiste que circuló durante las elecciones de 2008 en Estados Unidos. “¿Qué es un negro en la nieve? Un blanco perfecto.”

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