Monday, September 01, 2008

La ley de la sierra


El cielo es el lugar
más bello de la tierra.
—Air France


En algún momento de mi adolescencia fantaseé con la idea de estudiar aviación en Zapopan pero contradictoriamente lo que más me daba miedo en este mundo era volar. La primera vez en la vida que me subí a un avión fue en un DC-7 (de México a Tijuana, el famoso vuelo 179) cuando murió mi padre en 1960. Y luego volé en los pequeños aviones fumigadores de mis amigos en Huatabampo y Navojoa. Por eso me interesó tanto la obra de Antoine de Saint-Exupéry: Vuelo nocturno, Piloto de guerra. Me gustó también mucho la novela de William Faulkner que tiene que ver con la aviación: Pylon, y la parte de su biografía que recuerda el avión en el que su hermano se mató y que él le había regalado. Podría discernirse muy bien el tema de la aviación en la novela de Faulkner; él mismo fue piloto de la fuerza aérea canadiense durante la Primera Guerra Mundial y de esos años procede uno de sus cuentos: “Todos los aviadores muertos”. En uno de los míos hay una elaboración sobre el vértigo de la aviación, la fascinación por los aviones que con madera y papel de china construye el joven personaje narrador. Por ese lado me interesó la historia de Atilano, porque hablaba de un cherokito al principio, el modelo más pequeño de la Piper, en lugares que me gustaban por sus nombres: Yécora, Sonora, Santiago de los Caballeros, Chihuahua, Badiraguato, Sinaloa. Me interesaba rescatar del periodismo esa historia y aludir al corrido de Los Tigres del Norte, “El avión de la muerte”.
Conozco muchas de sus canciones. En una, “La mafia muere”, hablan de una colonia de Culiacán, Tierra Blanca, que fue otra cosa en los años 50 y 60, y actualmente es un barrio de clase media común y corriente. Los Tigres recogen una temática que se les ocurrió más bien a Los Alegres de Terán y a Paulino Vargas, uno de los mejores compositores de corridos inspirados en el narco. Hay una moral en la que los malos y los buenos no son los que persigue y juzga el Estado, la ley o los periódicos o la sociedad. Muchas veces un policía traficante aparece como un personaje positivo en el corrido norteño. Luis Astorga ha escrito sobre los corridos que nunca han llegado ni llegarán a las grabadoras de discos o de cintas, que cantan los tríos y los conjuntos en las zonas rurales de Sonora y Sinaloa, y que son como una especie de noticiero de la saga en la que han perecido muchos jóvenes de la región.
La historia que cuentan Los Tigres es la de un muchacho de treinta y tantos años de Yécora que trabajaba como piloto de avioneta en la sierra. Ser piloto de montaña es una especialidad, no cualquiera puede hacerlo; se requiere una práctica muy especial. Se necesita haber nacido en esa zona, porque la sierra tiene sus secretos y sus altibajos, hay cambios de presión, clima, temperatura; el mercurio sube y baja y hay épocas en que hay que saber leer muy bien el cielo para lograr una navegación segura, para decidir volar o no volar. “Vale más estar en tierra deseando estar arriba, que estar arriba deseando estar en tierra”.
Es la historia de una confusión: quienes persiguen el delito en México, los miembros del ejército y de las diversas policías, de pronto interpretan que alguien está en el negocio de las drogas. Lo que pasó con Atilano fue que tuvo fallas en vuelo, en una piper cheroke, y entonces fue descendiendo poco a poco hasta tocar tierra porque estaba fallando el motor. Al bajar se le rompió la hélice y entonces dejó estacionado allí en Santiago de los Caballeros el cherokito y regresó a Yécora (no sé si en una camioneta o un tren), y al día siguiente volvió en una cesnna con la hélice que faltaba y un mecánico para colocarla. Entonces los aprehendieron unos soldados y los torturaron. Pero después le dijeron: “Ahora vámonos a la base militar, al cuartel, llévanos tú en la avioneta.” Se sentía tan destrozado, tan deprimido, tan humillado, que ya en vuelo decidió suicidarse pero llevándose consigo a los dos soldados que lo habían torturado. Dicen que pensaba estrellarse contra el cuartel de Badiraguato pero que vio cerca de ahí una escuela y unos niños y unas maestras, y entonces cambió el rumbo y se clavó contra un cerro.
Para el cuento “La ley de la sierra” inventé unas cosas en relación con la descripción del vuelo; de lenguaje, por ejemplo: Atilano sintió que el motor se empezaba a infartar. Me gustó decirle infartar al hecho de que se descompusiera el avión porque cuando se utiliza un verbo adjudicable a un ser orgánico entonces se está humanizando al avión. Cuando se dice que empezó a infartarse se está diciendo que el avión tiene una condición humana, se le está dando vida y por tanto se le está melodramatizando aún más.
Me interesaba presumir que yo sabía esas cosas de escuela de aviación porque mi amigo Leobardo Mendívil Escalante, capitán piloto aviador, me hizo conocer la última prueba que le pone a sus alumnos en el Valle del Yaqui: se pone arriba en línea recta, vertical, sobre el aeropuerto y empieza a apagar y debilitar el motor en vuelo, se deja caer pero en espiral descendiente, alrededor de la pista y una vez que está muy abajo va planeando con la inercia que le queda al motor casi apagado, lo apaga totalmente y se enfila y desliza sobre la pista con la pura aviada. Cuando digo que Atilano se deja caer en espiral estoy hablando en un lenguaje técnico de pilotos. También le agregué el detalle de que se iba a lanzar sobre un cuartel en Badiraguato pero que se arrepintió porque allí junto había una escuela llena de niños. Este dato sólo está en la letra de Los Tigres del Norte.

http://horalelobo.blogspot.com/

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