Wednesday, March 02, 2011

La ioglesia y el sexo

Los historiadores de las religiones saben, mejor que uno, por qué muchas creencias que tienque ver son la muerte y la divinidad le dan al sexo una enorme importancia. Musulmanes, judíos, católicos, cifran en la sexualidad humana y en el placer algunos de sus principios morales. Esta aparente fijación —que no tienen, por ejemplo, los budistas— no ha venido sino a confirmar que Sigmund Freud tenía razón: que la libido está en nosotros desde que somos bebés y que no es nada fácil intentar domarla o negarla.
En tierras jaliscienses, donde el machismo y el cacicazgo han tenido una dimensión muy particular, muchos prejuicios se transmiten de generación en generación y se refuerzan cuando, por ejemplo, el arzobispo de Guadalajara condena los matrimonios entre personas del mismo sexo o el gobernador del Estado confiesa en público la repugnancia que le provoca la homosexualidad.
Una de las consecuencias de no leer libros es que el indiferente a la lectura se pierde de muchas cosas: renuncia al mundo de la información y el análisis y actúa como si Freud nunca hubiera escrito sus obras o como si las asociaciones científicas no hubieran descartado ya la homosexualidad como una enfermedad.
En Tlaquepaque, Jalisco, se han organizado ciclos de conferencias o cursos para que los padres lleven a sus hijos homosexuales con el fin de “curarlos de la homosexualidad”. Este encuentro, celebrado del 12 al 14 de noviembre y del que nos informa la reportera de El Universal Cristina Pérez-Stadelmann, ha sido patrocinado en parte por el gobierno de Jalisco contraviniendo la ley.
La convocatoria estuvo firmada por el presbítero Paul Check y el terapeuta Richard Cohen. Los jóvenes asistentes reconocen que hay un Dios bueno que habrá de perdonarlos, siempre y cuando acepten vivir en castidad y limpiar su cuerpo.
Los jóvenes homosexuales, acompañados por sus padres, avanzan en fila india y en silencio hacia una gran cruz donde pegan con tachuelas sus peores perversiones sexuales escritas antes en un papel amarillo.
“Ustedes están en pecado y si no se curan cuanto antes se van con Satanás al infierno.”
Para que haya cura debe haber enfermedad. Si a sabiendas se ofrece “sanar la homosexualidad” estamos entonces ante un caso de mala fe y de engaño, una estafa. Si es por ignorancia, entonces la promesa de esta “sanación” es como la mentira del comerciante: una mentirijilla, no hay dolo, no llega a ser un crimen.
En tierras de Juan Rulfo, el sur de Jalisco, San Gabriel, Apulco, Tuxcacuesco, tampoco cantan mal las rancheras. Por el rumbo de los Magueyes, contaba Rulfo en el Mamma Roma (un café aquí en la Condesa), había una familia de charros que se dedicaba a matar homosexuales. Los padres de familia con algún hijo homosexual se lo encomendaban, se lo dejaban por allí para que fuera haciéndose hombre en las faenas duras del rancho. Ellos no los mataban directamente, los papás. No. Se los dejaban allí a los charros, como quien no quiere la cosa. Y el día menos pensado el joven homosexual bailoteaba sobre una laja, una laja ancha y muy grande que se tambaleaba sobre un desfiladero pero que no se caía. Los charros le echaban de balazos al muchacho, para que diera de brincos, para que saltara, para que se fuera de espaldas al precipicio.

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