Thursday, February 19, 2009

La fuga del Estado

La delincuencia organizada sólo
puede ser factible y sostenerse
cuando el Estado no goza de
niveles de gobernabilidad, y en
donde existen alianzas tácitas
y/o explícitas de apoyo entre
actores políticos, empresas
privadas y empresas criminales.

—Arturo Cantú


La expresión “Estado fallido” es un enunciado amable, acaso por la cortesía diplomática que se debe guardar entre naciones. Por eso tal vez se acudió a ese eufemismo en Estados Unidos cuando en algunas publicaciones, como Foreing Policy y Forbes se ha aludido a México como uno de los países que han ido perdiendo terreno en ciertas zonas de su territorio durante su lucha contra el crimen o han visto disminuido lo que los clásicos, como Hobbes, llaman el uso legítimo de la fuerza.
Se dice que el piso se le está moviendo a un Estado cuando en su convivencia civil interna hay poco respeto por la legalidad (en las averiguaciones previas y en las sentencias de inapelable última instancia) y la autoridad ya no alcanza a garantizar la seguridad y la protección de los ciudadanos.
El Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos expresa de modo más drástico lo mismo en un informe que trata de imaginar y calcular cuáles serían los principales problemas estratégicos de los próximos 25 años. En ese futuro el estudio conjetura que entre los posibles peligros está el “colapso rápido y repentino de Pakistán y México”.
El caso de México es menos probable que el de Pakistán, pero el gobierno, sus políticos, la policía y la infraestructura judicial están bajo asalto y presionados de manera sostenida por bandas criminales y cárteles de la droga. De no conjurarse ese peligro ese conflicto tendrá un impacto mayor sobre la estabilidad del Estado mexicano y eso podría representar un problema de seguridad nacional de proporciones inmensas para Estados Unidos.
En Italia se dice que las organizaciones criminales prosperan (la camorra, la mafia siciliana, la Ngrandeta calabresa, la Santa Corona Unita) justamente en las regiones donde “no hay Estado”. También se entiende que “no hay Estado” cuando no se cumple la ley de manera impersonal e indiscriminada, cuando se instaura la impunidad de manera constituyente de la nación.
La actuación del IFE ante la soberbia y la burla de Televisazteca (usemos una sola palabra para el duopolio) es, por lo menos, servil y de una cobardía civil absolutamente injustificable. Es otro indicador de que en México el Estado es una farsa, una simulación, un chiste. No se imaginan los “consejeros” —que nos cuestan no menos de 150 mil pesos mensuales— el daño que le han hecho a la ya muy escasa credibilidad de ese Instituto y, lo que es peor, a la verosimilitud de las próximas elecciones intermedias. Debería darles vergüenza a esos alfiles o peones de Manlio Fabio Soprano y Emilio Corleone, los agentes oficiosos y solícitos de Televisazteca.
Antes de la “alternancia” una llamada de la Secretaría de Gobernación a Televisa ponía a temblar a todos los ejecutivos de Azcárraga. Ahora una llamada de Televisa a Los Pinos o a la Secretaría de Gobernación hace que se mueran de miedo funcionarios menores y mayores, desde la secretaria hasta el Secretario o el Presidente.
El concepto de “Estado fallido” no es ninguna novedad. En otros países se habla de “Estado inexistente”, “Estado insuficiente”, “vacío de Estado”, según las ideas que emanan de sociólogos o juristas. El filósofo peruano Fidel Tubino escribe sobre la anomia: la ausencia de creencia o de credibilidad en las normas y las instituciones.
Se cae en “Estado anómico” cuando se gobierna en función de intereses particulares y de grupo y nada importa el interés general, como creían los idealistas franceses del siglo XVIII. Ese Estado flaco, deshuesado, no procura vincular los intereses privados con el interés general.
A Carlos Murrillo González, sociólogo de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, le parece que el “Estado mínimo” se da cuando lo vence la tendencia neoliberal de convertir al Estado en subordinado del mercado. Todo es un negocio de compadres: los energéticos, la electricidad, la educación, los medios de comunicación, la justicia, y aún los servicios básicos de salud. Nada se hace pensando en el bien común y el resultado es un Estado débil, manipulable —al que pueden humillar los poderes fácticos— y condicionado a jugar las reglas neoliberales. El Estado se convierte entonces en un “aliado de los intereses de grupos de poder económico que son los que dictan las políticas del país y de la ciudad”.
¿Qué es el Estado? ¿Es una ficción jurídica? ¿Es una entelequia? ¿Es simplemente un concepto, una idea?
Teóricamente sí, pero físicamente también es un cuerpo vivo: el conjunto que integran una población de seres humanos, un territorio y un ordenamiento legal que garantice la soberanía y autorice el poder de hacerse valer. La gente, el territorio, la ley. Cuando falla lo último, es decir, la seguridad (la fuerza coercitiva: el ejército y la policía), y cunde la indefensión entonces todo empieza a enrarecerse como si los ciudadanos y los gobernantes regresaran al “estado de naturaleza” del que hablaba Hobbes. En ese Estado de salvajes lo que prevalece es el derecho del más fuerte. Y ya no hay civilización.
También falta el Estado cuando los gobernantes, en lugar de conducir el barco, se dedican principalmente a hacer negocios con sus amigos. Qué falta de imaginación.


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