Tuesday, August 04, 2009

Partes de guerra

“En aquel país la situación era
gravísima: de un momento otro podía
estallar una revolución que los
revolucionarios no querían o una
contrarrevolución que los
contrarrevolucionarios no se esperaban”:
así empieza la novela que Z (en alguna

parte de Europa) está escribiendo.

—Leonardo Sciascia (1921-1989)
Negro sobre negro

Parece que lo aceptamos con naturalidad o sin asombro: el martes de la semana pasada hubo 20 muertos asociados a la violencia criminal y policiaca. Según el recuento que lleva Milenio Televisión en lo que va de julio, ha sido de 700 el total de cadáveres que recogieron las ambulancias del país. Ni siquiera en Badgad se amontonan esas cifras, pero las escuchamos como si fueran partes de guerra.
—No —me dice un amigo—. No puede ser que sea un movimiento de inspiración política disfrazado de crimen organizado, como se ha querido insinuar con el neologismo “narcoinsurgencia”. Los narcos no tienen nada de Robin Hood, el personaje de Walter Scott. No les importa mucho que la gente se enganche en la droga como negocio o como adicción. Lo que les importa es el dinero, sólo el dinero. En un tiempo, hace más de cincuenta años, lo reprobable del narcotráfico era que a la gente le hacía daño el consumo, especialmente a los jóvenes, cualquier estupefaciente pero en particular la heroína porque establece un cambio bioquímico casi irreversible en el individuo y es la más difícil de eliminar. Ahora no parece que ese efecto pernicioso preocupe a nadie.
Se empieza a utilizar, pues, el vocablo “narconinsurgencia” para identificar a las organizaciones que superan —en movilidad ya veces en capacidad de fuego— a las fuerzas y a la inteligencia del Estado. El concepto procede de Washington y no pretende, como en años anteriores y en relación a Colombia, dar a entender que la guerrilla de motivación política se ha vuelto narcotraficante o “narcoguerrila” sino que ahora el conjunto de agrupaciones criminales en México es equivalente a toda una subversión de carácter político con miras a tomar el poder.
No —insiste mi interlocutor—. No puede ser. En su connotación histórica la insurgencia es una acción estratégica y un programa, un levantamiento contra la autoridad y una disputa por el poder. Miguel Hidalgo tenía un programa de gobierno y un proyecto de nación, tanto que así que se lo transfirió a José María Morelos y así vino a plasmarse en la Constitución de Apatzingán (Michoacán, por cierto). Lo mismo motivaba a Garibaldi, Ho Chi Min, Lenin, Madero, Castro.